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Quien soy y que pretendo...



Quien soy y que pretendo...

Soy Mesalina, de vuelta del abismo del Tártaro en el Hades en forma de súcuba relapsa para tentar a todos los varones, y al mismo tiempo de íncubo apostata para seducir a todas las mujeres, de este nuevo mundo lleno de lujuria y perversión. Morí prematuramente joven y he resucitado para cumplir todo aquello que dejé pendiente.

Si mi nombre quedó en la historia romana del siglo I como sinónimo de prostituta, ramera, meretriz o felatriz; os juro que estaré a la altura de mi fama previa y satisfaré de nuevo mi lujuria aprovechándome de todos los medios a mi alcance, incluido este maravilloso, a la par que libidinoso, universo virtual.

Ya que el célebre bardo Décimo Junio Juvenal, en su poesía satírica, manifestó su ingenio y mi procacidad, sosteniendo que en los suburbios del Suburra yo adoptaba el mote de Liscisca o mujer-loba, para prostituirme; enviciando y pervirtiendo por dinero a todos mis conciudadanos, vendiendo mis favores. He regresado ahora para enviciar y pervertir gratuitamente a los visitantes de este lugar, para desbaratar el infundio de que mi móvil era el vil metal y no el probo vicio. Por eso uso aquí también mi mote, para limpiarlo de semejante afrenta.

Otrora conseguí vencer a la furcia más famosa de la ciudad eterna, ganándola en leal competición, y derrotándola al satisfacer a doscientos hombres en una única noche; sin distinguir entre patricios, plebeyos, esclavos, soldados, gladiadores, senadores, cónsules o actores. No he de cejar ahora hasta conseguir la eyaculación y la lubricación orgásmica de todo aquel o aquella que se aventure en la lectura de es impúdico sitio; sean estos cientos, miles o millones.

Esa soy yo, Valeria Mesalina alias Liscisca, hija del cónsul Marco Valerio Mesala y por supuesto ninfómana; y estas son mis intenciones.


martes, 28 de marzo de 2017

Yo Mesalina







- ¡Ay, p.. po… por ca.. cas… Castor y Pólux! – exclamó Claudio al tiempo que al enredarse con su propia toga purpura de borde dorado caía del lecho descabalgándola a ella, dejándola con el culo en pompa.

- ¡Dioses capitolinos, Tiberio Claudio César Augusto Germánico, emperador de Roma!, tirado por los suelos con la polla tiesa; mucho nombre y cargo para tan poca maña y verga, has perdido la mitad de tu dignidad, querido, con este torpe revolcarte por el mosaico, siento decírtelo – replicó Mesalina, mientras tapaba sus nalgas con un fino y transparente peplo de seda al tiempo que se recostaba en el triclinium.

 - ¡Me.. me.. me has tirado de un cu.. cu.. culetazo, per.. per.. pérfida gorgona de ubres gordas! – mientras cojeando se dirige a la silla curulis, donde se sienta.

- Pues un espasmo de placer no ha sido, eso seguro, me habrá dado un calambre.

- Y he he he …….

- ¿Has qué, Claudio, mi amor?

- Me he he corrido en las te.. te..

- ¿En mis tetas?, no cariño, te aseguro que no.

- ¡Teselas!.

- ¡Ah!. Pues llama a Licurnia, la esclava griega esa que te la chupa de vez en cuando medio flácida y que lo limpie lamiendo el suelo, a fin de cuentas, está acostumbrada a recoger tu semen con la boca.

- De.. deja.

- Como quieras. Además, la mancha será muy pequeña, inapreciable, no te preocupes, será solo una mota insignificante en el mosaico de los doce trabajos de Hércules.

- ¡Mu.. mu.. muy graciosa!, ¡me me me has tirado!.

- Haber hecho palanca con la polla dentro de mi coño y haberte “agarrapichado” mejor, mi amor.

- ¡Zorra de la Suburra!.

- ¡Uy!, perdona, que no puedes, se me había olvidado, no te da para tanto.

- De.. de.. dejémoslo.

- Sí, mejor, mi amado emperador tardío y eyaculador precoz; que esta noche viene Sementalix, en media hora si es puntual.

- ¿El gla.. gla.. gladiador?.

- Sí, el dacio retarius del anfiteatro Flavio; y es más, me ha dicho que esta noche me daría una sorpresa para satisfacer mi lujuria.

- ¡Bien, puta!.

- Y esta vez, cuando te pongas detrás del mosaico de la Gorgona y le quites las teselas de los ojos para mirar, no muevas las pupilas; que la última vez me dijo el poeta Flaminio, en mitad del polvo, que la gorgona le estaba guiñando el ojo y tuve que morderle el glande para que se olvidara del asunto.

- Fla.. Fla.. Flaminio es ton.. ton.. tonto.

- Por un momento cariño, creí que ibas a ponerte a tocar el tambor, con tanto tom tom, que parecía que hacías un redoble. Sí, es cierto, el poetastro es idiota, pero tiene un rabo terminado en forma de maza muy del agrado de mi coño, y de tu culo, por cierto.

- Sí.

- ¡Ah!, otra cosa, cuando te la menees, cielito, detrás de la Gorgona; gime más bajo, por favor. Que el otro día resoplabas como un jabalí de Etruria y los tres pretorianos que me follaban todos mis orificios, dejaron de hacerlo y se pusieron a buscar por los rincones y debajo del triclinium a la bestia.

- ¡Va.. va.. vale!

- Y ya sabes que a medias solo permito que me dejes tú, mi amado cesar; y tuve que mandarlos decapitar inmediatamente.

- No pa.. pa.. pasa nada.

- Sí, si pasa, que a la noche siguiente, mientras me enculaba, Quintiliano, el prefecto del pretorio; se quejó diciéndome que a este ritmo se queda sin centuria, que me los folle pero no los decapite.

- ¡Ja,ja,ja!, ¡co.. co.. como una man.. man.. mantis religiosa!.

- Sí, mi amor, ya sabes que yo soy muy pía y nunca faltan diariamente mis ofrendas al fuego eterno de las vestales. Pero cambiando de tema, querido, y antes de que satisfaga las necesidades de mi vagina; ¿cómo va el asunto de Britania?.

- Mal, francamente mal. Se han confederado y sublevado los Pictos y Scotos, creo que mandaré tres legiones y probablemente me pondré al frente, no me fio de los legados.

- Curioso, muy curioso.

- ¿Qué?.

- Que no te atascas y te trabucas tartamudeando si usas una sola palabra, o me insultas o hablas de política, cariño.

- Práctica, simple práctica, años practicando para no atascarme cuando hable de política en el senado. Simplemente es eso. Las palabras simples por facilidad.

- ¿Y tus acaramelados insultos, como la vez que me llamaste putón verbenero desorejado que tenia ladillas como centollas del puerto de Ostia, del tirón; amor de mis entretelas?

- Y tus insultos porque eres tan tremendamente guarra y tirada, la mayor furcia de la ciudad, que no necesito ni articularlos. La más grande felatriz y meretriz desde la fundación de Roma.

- Gracias mi amor, no esperaba menos de ti y de tu impotencia latente, que menos que reconozcas mis excelsas virtudes. Pero volviendo al tema, ¿Qué vas a hacer?.

- Britania es un pueblo bárbaro y salvaje, y mucho me temo que lo será por siglos y milenios.

- ¡Uhm!, estarán bien dotados entonces. Nunca he tenido un Britano entre mis piernas. ¿Si vas me harías el favor de regalarme un esclavo britano con un buen pollón, amor mío?.

- No te creas, son descoloridos e insípidos como pescado hervido, y fríos como su maldito clima, al menos las britanas.

- ¿Te has cepillado britanas, precioso mío?.

- En los tiempos de Calígula lo raro sería no haberse acostado con mujeres de todos los pueblos y tribus del mundo conocido. Pero ya te digo, frías e insípidas.

- Como su clima, ya, picha fría.

- Si, pero al menos podían ser húmedas, que en esas malditas islas llueve todos los días del año. Pero la vagina y el recto, e incluso te diría que la boca, secos como serrín.

- Nos desviamos del tema, mi querido picha corta.

- Pues como te decía, son tribus que solo saben vivir robando, y no hay forma de romanizarlas, nunca cambiaran; seguirán siendo ladrones por el resto de su historia, mientras siga una gota de ellos corriendo por las futuras venas.

- Bueno, mi flácido rey de los polvos conejeros, si de robar se trata, Roma….

- No, perdona que te interrumpa, se roban entre ellos como bellacos sin producir nada. Ni un solo olivo o vid o cereal se produce en esas pérfidas y felonas islas. Solo ganado, como son ellos, cerdos y asnos.

- Algo tendrán, micropénico de mis amores, cuando los conquistamos.

- Si no fuera por el estaño y la gloria del senado y pueblo de Roma, no valdría la pena poner una sandalia en ellas. Porque ni para esclavos de minas o canteras sirven de lo flojos y torpes que son.

- Tal y como lo pintas, puerquito mirón mío, no dan muchas ganas de ir a pasárselos por la piedra.

- Como te decía, cuando se cansan de robarse, degollarse y destruirse las distintas tribus entre si, es decir, cuando ya no les queda mujer, cerdo o asno que robarse; se vuelven contra Roma, se confederan en su piojosa miseria y atacan las pocas villas o guarniciones que tenemos allí; porque ciudad, ni una que merezca tener ese nombre hay.

- Se entiende que sin tener mujer, cerda o burra en la que meterla en caliente y entretenerse, algo han de hacer. Estar dándose por culo unos a otros todo el día les irritará el recto y el carácter, ¿no crees, Príapo de pacotilla de mis pechos?.

- El caso es que hay una revuelta de britanos desarrapados y hay que sofocarla antes de que se les hinchen los cojones a los senadores y sean ellos los que quieran darme a mí por culo.

- Eso te gustaría, si fuera literalmente, claro; sátiro vicioso de ano dilatado como la entrada del hipódromo.

-Yo soy más discreto que tú en mis apetitos, perraca impúdica.

- No entres al trapo siempre, mi cornudito consentido, que si no es muy aburrido. Y dime, ¿Qué piensas hacer en Britania?.

- Pues lo normal en estos casos, arrasar a fuego y sangre varias millas antes y después del actual limes. No pienso ni hacer esclavos. Degollaré a hombres, mujeres, ancianos y niños; para dar un escarmiento.

- Ahora si me estas poniendo los pezones duros, calzonazos de mi corazón, y no cuando me metes tu gusanito por el coño y ni me entero. Sigue, sigue.

- Arrasaré todo el territorio, quemándolo todo, no dejaré ni un solo bosque sin destruir; y si es necesario incluso sembraré los campos de sal, para que sean improductivos, como hicimos en Cartago.

- Ya has conseguido que me palpite la pepitilla, tengo el clítoris que me late, cabrón tartamudo de cojones colganderos.

- Así conseguiré una frontera tranquila por unos años y liberar legiones de ella y llevarlas a Germania.

- ¿Y construir un muro de costa a costa?, según los mapas que he visto de Britania sería muy factible y así aislar el imperio dejando dentro solo a los más romanizados. ¿Te parece bien, Claudio, perrito lametero de mi flujo vaginal?.

- No, Mesalina, gran ramera del palacio imperial, sería de un coste prohibitivo.

- Creo, estimado y tartaja Cesar, que has vuelto a correrte antes de meterla. ¿No será igual de prohibitivo miles de toneladas de sal?.

- No era algo literal. Y aun así, sigue siendo más cara la piedra que la sal. Y serviría de poco, son tan ladrones y miserables tanto las tribus de dentro como las de fuera de la frontera y se alían y sublevan ambas.

- Pues esta vez realiza bien los cálculos, patizambo rijoso de mis amores, no estoy dispuesta a que ocurra lo mismo que con la ampliación del puerto de Ostia.

- Si eso te gustó, no me mientas, prostituta sin causa.

- Que para que tú cuadrases balances, cornudo con causa, tuviera que comerles las pollas a todos esos vejestorios que olían a momia, hasta despellejarme los labios; o a esos gordos de polla diminuta perdida entre sus pliegues abdominales grasos; no fue un placer que digamos. Aun me viene el olor a ajo de sus anos malolientes por mal limpiados y me dan arcadas. Terminé hasta los pelos del coño de tanto mamar a ese atajo de arquitectos y proveedores caducos y zarrapastrosos.

- Preferirías que hubiera ampliado el anfiteatro Flavio y así engullir todas las vergas de los gladiadores, mi ninfómana consorte, ¿no?

- Tranquilo, mi amado marido pajillero, que eso ya está casi a punto de ocurrir sin necesidad de gastar en reformas. Pero dime, ¿cuándo partirás para Britania?, porque has dicho que te pondrás al frente.

- Para la primavera próxima. Tranquila que aun tienes meses para preparar todas las orgias y bacanales que se le ocurran a tu calenturiento coño y convertir el palacio imperial en un lupanar en mi ausencia.

- ¡Qué bien me conoces!, así será. Polla boba, tal y como dices.

- Pero quiero un informe, bien detallado y por escrito, de todo lo que hagas, perraca.

- Descuida, mi amado de polla lacia, a lo sumo morcillona, será como siempre.

- ¡Bien!.

- Y ahora, mi corrompido esposo, vete detrás del mosaico de la Gorgona, que es la hora de que venga el dacio Sementalix, y tengo que hacerle una señal de que todo está bien desde la ventana con una lucerna.

- Va.. va.. vale, pero re.. re.. recuerda de.. de..

- Sí, pero corre ya, mastuerzo de picha fofa, y ocúltate. Ya me encargo yo de decirle que para la próxima vez venga con otros tres o cuatro compañeros más.

- ¡E.. e.. eso! – cojeando desaparece del atrio por una discreta puerta situada al lado de un elaborado mosaico de diminutas teselas sobre el mito de la muerte de la Gorgona.

- ¡Que hombre tan rijosamente sátiro este cabroncete; cojo, tartamudo, medio impotente y eyaculador precoz!, ¡pero que cerebro tiene el muy cabrón!; tanto como le admiro como emperador le desprecio como amante – dice para si Mesalina, mientras coge una lámpara de aceite con una mano y la agita por la ventana; al tiempo que con la otra mano se introduce todo el puño cerrado en la vagina, para dilatarla convenientemente al tamaño del pollón del gladiador, tras el encogimiento elástico que ha tenido su musculatura perianal con el poco dotado Claudio.



jueves, 23 de marzo de 2017

Parque, lujuria y quiosco ... un punto de inflexión







Un recuerdo del bochorno de aquel día viene a mi mente, como se perlaban gotas de sudor entre mis senos, dejando leves rastros húmedos, pero a la vez cálidos en mi piel. Me hubiera gustado saborear el salitre de esos torrentes que se precipitaban por mis pechos. Así comienzan mis recuerdos y la historia más fortuita y al mismo tiempo fugaz de mi vida.
Todo empezó con una sensación contradictoria, incomoda por el agobio del calor mordiendo mi piel, pero al mismo tiempo placentera por la sensación de frescor que dejaba mi propio sudor al evaporarse. Tirité levemente, como si un tórrido escalofrío (como si esto pudiera existir) recorriera mi columna vertebral de la nuca al comienzo de mis nalgas. Al mismo tiempo mis pezones endurecieron de tal modo que su pujanza envistiendo contra la tela de mi blusa me hizo sentir leves punzadas entre placer y dolor. Cerré los ojos, llevé mis manos a las sienes, como si tuviera que sujetar mi cabeza para no desvariar y perderme en una locura lujuriosa.

Suspiré levemente, desabroché dos botones de mi blusa y una leve brisa sofocó el incendio sexual que ardía en mi pecho, dándome una tregua miré a través de los cristales de la ventana como si intentara alejar mi pensamiento de mi excitación sexual. El manchón verde de la copa de los arboles refulgía en mis pupilas. El parque del Retiro consumía los últimos y rojizos rayos de un cercano ocaso. Me asfixiaba en mi cuerpo que ardía de calor por fuera y de pasión por dentro. Era absurdo, en los meses transcurridos de mi separación, a pesar de mi abstinencia, nunca había sucumbido a esta maldita danza libidinosa de deseos, necesidad y urgencias.

De pronto me sentí mal, absurda, ridícula, fuera de lugar; como si hubiera vuelto a mi adolescencia cuando mi cuerpo no se acomodaba a mi realidad, o viceversa, la realidad a mi cuerpo.  Esa sensación de pérdida de control de mi misma, que me hacía sentir torpe, como si fuera un caracol marino sacado de su concha, reptando en un mundo de cambios continuos, incomprensibles e intensos.

Me ahogaba en mi propia perplejidad, al tiempo que mi sexo desbocadamente palpitaba y sentí la necesidad de huir. Un instinto fugaz, perentorio; tenía que escapar de mi misma de alguna manera, como fuera. Volvió a mi mente el verdor de los árboles del parque, como un espacio neutro que calmaría mi ansiedad mental y mi lubricidad corporal. De pronto me vi junto a la valla sin tener conciencia de haber bajado escaleras o ascensor alguno, como si una discontinuidad en el espacio – tiempo me hubiera instantáneamente arrastrado allí.  La única huella de que no había sido así, y de la existencia del calentón carnal, que fue el desencadenante de todo; era la humedad pegajosa y almibarada que empapaba la tenue tela que cubría mi vulva.

Al empezar a caminar por los senderos arbolados de sombras alargadas ocurrió el prodigio de que mis sentidos se aguzaran. Oía las briznas de hierba aplastadas según caminaba o era capaz de oler el acre perfume de las flores metros antes de verlas, mi mirada captaba instantáneamente el movimiento de todas las hojas de un árbol al mismo tiempo, como si ocurriera a cámara lenta. Pero sobretodo, sentía mi cuerpo, pleno, tenso, en carne viva. El roce de la minifalda en mis muslos lo sentía como intensos pero dulces latigazos de fusta en ellos. Cada vez que la piel del interior de mis muslos rozaba entre si uno contra otro era como si una pátina de mi piel se desprendiera y dejara al aire el siguiente estrato de piel más sensible y delicado. Mis muslos chocaban con levedad, pero el tornado de sensaciones placenteras era tan intenso como si un millón de manos masculinas acariciaran al unísono mi entrepierna. Notaba mis labios mayores tumefactos y como la tela de mi ropa interior se hundía gozosamente en ellos. Mis senos, marcando el ritmo de mi deambular golpeaban como desquiciados badajos de campana, contra el metal del tejido de mi blusa y era capaz de sentir el sonido del roce de mis erectos pezones con cada paso.

En este estado de éxtasis sensual donde todo era un atrayente abismo de deseo, humedad y locura; terminé por alcanzar el estanque central del parque; en una pradera de césped se perfilaron, al principio desdibujadamente, la silueta de dos jóvenes cuerpos recostados en ella. Inmediatamente mi mirada quedo fija, como hipnotizada en ellos dos. No podía dejar de mirarlos, como si lo único realmente existente en todo el universo en aquel instante fueran sus dos cuerpos entrelazados. Ella sentada a horcajadas sobre la pelvis de él, tapaba con el telón colgante de sus cabellos la cara de ambos, en un anonimato que acentuaba su intimidad. Al mismo tiempo que el movimiento suave y acompasado de sus caderas, buscando el máximo de fricción y contacto, delataba que sus ávidas bocas entrelazaban lenguas y deseos ensalivados. Él con sus dos manos empujaba las nalgas de ella marcando el ritmo de esa falsa penetración, pero no por ello menos deseada y evidente en los movimientos sordos de sus cuerpos.

Fue como si mi sexo se abriera de golpe, como una fruta madura que revienta, hambriento y procaz, como si deseara engullir todo lo existente hasta la línea del horizonte, pero sobretodo como si quisiera devorarlos a ellos dos. Mi coño antropófago quería depositarlo sobre mis entrañas, sentirlos dentro de mí, ser penetrada por la pasión de ellos. Tuve que apartar la mirada de la pareja para evitar sufrir una combustión interna espontanea, que partiendo de mi sexo incinerara todo mi ser. Y porque no decirlo, para cumplir con las normas repudiadas, pero aun así inconscientemente asimiladas, de la hipócrita educación recibida; que lleva grabado a hierro y fuego indeleble que toda intimidad sexual ajena contemplada era una perversión y abominación absoluta.

Aceleré el paso y la respiración, agotándome con unos pasos largos y un deseo cada vez más profundo de liberar la tensión sexual que humedecía y desmadejaba mi cuerpo. Vislumbré un quiosco entre las sombras de unos plátanos y lo busqué como un refugio en el que sosegar mi cuerpo. Me senté en un velador y el contacto del metal de la silla, frio y acerado contra mis muslos y nalgas al descubierto al levantarse la minifalda, calmaron el volcán que entraba en erupción en mi entrepierna. Esto me permitió tomar conciencia de mi misma y mi situación, poder pedir una copa de vino tinto sin que se notase ansiedad entrecortada en mi voz y encender un cigarro, y con caladas profundas llenar mis pulmones de humo y tranquilidad.

Al sentir en el paladar el ácido y fresco regusto del caldo granate, disperse la vista por el resto de mesas, intentando relajarla con una mirada vacía al infinito, para conseguir calmar el encabritado palpitar de mi monte de Venus, que mis músculos enervados y contraídos se relajaran volviendo a su laxitud habitual, pero el efecto conseguido fue exactamente el contrario al buscado. 

En frente de mis rodillas temblorosas, en la mesa contigua, se encontraba un hombre vestido de negro con los ojos ocultos detrás de las tapas de un libro en un idioma distinto al mío, a primera vista probablemente en catalán. Una media melena castaña enmarcaba una bronceada frente que denotaba una intensidad en la lectura. Unos dedos finos, largos y elegantes, rematados en unas pulcras uñas sujetaban con concentrada virilidad las pastas de color verde con tafiletes dorados.  Un cuerpo musculado y bronceado, sin exageración en ninguna de las dos cosas, indicaba una personalidad preocupada no solo por lo intelectual sino por lo físico.

Me sentí como una polilla alrededor de la luz de una bombilla, al no poder dejar de observarle. Al principio con miradas cortas y evasivas, que cada vez se iban convirtiendo en una curiosidad obsesiva, hasta terminar siendo una unión hipnótica. Volvió la agitación a mi cuerpo de golpe, como una gigantesca sucesión de olas que golpearan contra el acantilado de mis pechos.

De pronto el levantó su verde mirada y sonriendo se fijó en mí. Mis entrañas de licuaron y llegue a creer que toda yo me convertía en un océano, cálido, profundo y misterioso. Aparté la mirada de una manera infantil e indiscreta, como si con ello fuera a desaparecer súbitamente.

Todo lo contrario sucedió, un intenso olor a colonia masculina, con leves pinceladas de olor a madera de cedro, alcanzó las agitadas aletas de mi nariz y una súbita explosión en mi entrepierna me hizo liberar todo el pudor y desear con todas mis fuerzas un próximo y prometedor orgasmo.  A continuación, le siguió el profundo sonido de su voz, con unas eles liquidas que confirmaron el acento catalán intuido en el título de su libro, pidiéndome un cigarro. Saqué un pitillo del paquete y al entregárselo en silencio, las yemas de él rozaron tenuemente el dorso de mi mano y una electrizante descarga recorrió mi antebrazo, mi clavícula y mi pecho, incrustándose allí como la más dulce de las caricias.

Se disculpó por no tener fuego, y al acercar yo la llama de mi mechero noté la frescura de sus labios sobre el filtro y deseé abalanzarme sobre ellos y saciar mi sed y apetitos. El debió notar algo porque sonrió y descaradamente miró mi escote fijándose en la orondez de mis pechos que marcaban un turgente desfiladero, por el cual se despeñaron sus pupilas. Todo se aceleró, se volvió confuso, en una conversación de trivialidades en la cual intercambiamos afinidades fingidas y datos superfluos pero todos cargados de una segunda intención. La charla se prolongó con risas, copas y miradas en una complicidad in crescendo . Todo se hizo fácil, los minutos galopaban al ritmo de unos latidos de mi corazón que parecían un redoble de tambor.  Nos deseamos y nos entregamos mentalmente con una intensidad que me dolían las pestañas de tanto mirarle. Reí cada ocurrencia suya intentando ser discreta al tiempo que sensual. Puse todas mis armas de seducción en juego consiguiendo ser encantadoramente deleitable.

Insistió en pagar en la barra y al regresar jugueteaba con el llavero y su correspondiente llave entre sus dedos. Cuando llegó a mi altura me dijo: “¿Quieres conocer el lugar más recóndito de este sitio? “. Asentí sin pensar en intenciones ni lugares, sino simplemente en su compañía. Cogió mi cintura y me llevó a almacén trasero del quiosco que abría la juguetona llave. Encendió la luz, cerró la puerta, cogiéndome por la cintura me acercó a él mientras una sonrisa pícara reinaba en su cara, subió las a dos manos a mis dos pómulos pegando su cuerpo al mío y noté el abultamiento de su entrepierna cuando metió su pierna entre las mías, presionando mi sexo ya preparado hace tiempo. Sentí como mis pezones, como punzones de hielo, se clavaban en el pecho de él, mientras acariciando mi espalda me apretaba contra sus brazos y mirándome a los ojos su boca busco la mía.

Noté sus labios húmedos sobre los míos y abrí levemente mi boca, inmediatamente su lengua serpenteo buscando la mía, enlazándose en un movimiento suave, saboreé por primera vez la miel de su boca. Fue un beso profundo, como interminable, mientras giraba su cabeza para abarcar toda la profundidad de mi garganta. Al tiempo que bajaba las manos a mis nalgas por encima de la falda abarcándolas con toda la amplitud de las palmas de sus manos y amasándomelas deliciosamente. La tela de mi falda gemía frunciéndose al mismo tiempo que lo hacían mis labios. Empezó a mordisquearme el labio inferior, mientras sus manos bucearon por debajo de mi falda jugueteando con la cinturilla y el borde de mis bragas hasta que introdujo sus dedos por debajo de ellas, asió fuertemente mis dos nalgas juntando mi pelvis contra la suya para que notara la dureza de su erección. Yo empecé a mover en círculos mi culo para frotar con mi sexo el abultamiento que notaba crecer más y más en sus pantalones.

Comenzó a besarme los lóbulos de las orejas, mientras que con habilidad desabrochaba los botones de mi blusa y me despojaba de ella. Mientras, bajaba por mi cuello besándome y dejando rastros de su saliva con la punta de su lengua, me desabrochó el sujetador y liberó mis tetas con las areolas totalmente abultadas y los pezones tan erectos y duros como si estuvieran tallados en mármol. Separó su cuerpo del mío que deleitarse mirándome las tetas turgentes y duras, momento que yo aproveché para desabrocharle la camisa y quitársela. Acaricié su pecho notando los latidos desbocados de su corazón, jugueteé a enredar el vello de su pecho haciendo tirabuzones con mis dedos y terminé pasándole las uñas por su torso.
Mientras humedecía con sus besos y lametazos mis clavículas y hombros cogió fuertemente mis pechos, poniéndome los pezones en punta, yo suspiré de placer y perdí mis dedos en el cabello de su cabeza, disfrutando del momento. Era evidente que mis pechos duros y suaves le gustaron tanto que demoró seguir bajando con sus besos, y se entretuvo en juntármelos, separármelos y sopesarlos abarcándolos con sus dos manos dejándolas muertas debajo de ellas. Yo notaba el tacto de las yemas de sus dedos y me estremecí gimiendo y besé su cuello y sus hombros. Por primera vez saboreé el salitre de su piel, me volví loca y creía que mis tetas iban a explotar de lo empitonado que se me pusieron los pezones. Él lo notó y empezó a hacer círculos con sus dedos alrededor del borde de mis areolas, acariciando uno a uno los bultitos de ellas que rodeaban mis pezones.

Primero rozó levemente con la punta de sus dedos mis pezones, luego me los hundía apretando fuerte hacia dentro, me los pinzaba entre dos de sus dedos, me los giró como si sintonizara una radio antigua, me los pellizcó y por último tiró de ellos hasta que se escaparon de sus tenazas. Yo entré en un paroxismo de éxtasis, le mordí el hombro y le clavé las uñas en su espalda, recorriéndola de abajo a arriba.

Empezó a besarme los senos, en círculos alrededor de mis pezones sin llegar a tocarlos, hundió su nariz en el canalillo de mis tetas besándomelo y yo aproveché para agarrarle las cachas de su culo y notar su fibrosa dureza. Le atraje de golpe contra mí, empujando de sus nalgas para sentir el topetazo de su verga contra mi ávido coñito ya totalmente húmedo. Por fin hizo presa con sus labios en mis pezones alternativamente, mientras sus manos me bajaron las bragas hasta cerca de las rodillas, y contoneando mis caderas conseguí que cayeran hasta los tobillos y saqué los pies de ellas. Entonces se puso a golpearme los pezones rítmicamente con la punta de su lengua, embadurnándolos de su saliva. Su mano ahuecada abarcó toda la longitud de mi sexo y me lo acarició levemente de arriba a abajo y yo mojé sutilmente con mi flujo vaginal la palma de su mano.

La ternura suave de pronto se convirtió en fiera urgencia y mientras me mordisqueaba los pezones apretó todo lo que pudo mi coño como si quisiera arrancármelo. Empezó a succionar y mamar compulsivamente de uno de mis pezones, mientras con una mano me retorcía el otro y con el dedo índice de la otra empezó a recorrer mis hinchados labios mayores, que lentamente se abrieron para albergarlo. Inmediatamente noté como lubricaba copiosamente mientras él buscaba el capuchón de mi clítoris, lo liberó erecto, al rozármelo lancé mi primer pero no último grito. Acarició en círculos y longitudinalmente mi clítoris hasta que tumefacto e hinchado brillaba con un rubí, rojo e intenso. Buscó con su dedo la abertura de mi coño y muy lentamente lo hundió dentro, que ávido por ser penetrado lo devoró. Sentí culebrear su dedo en mi vagina rozando el licuado y sonrosado epitelio vaginal. A continuación, introdujo dos dedos y yo apreté lo músculos en mi bajo vientre para sentirlo más intensamente. Mientras bajaba besuqueando hasta el ombligo, masajeó hábilmente el tendón entre mi coño y mi ano.

Siguió bajando, pero sus labios evitaron mi sexo, besando, lamiendo y mordisqueando la cara interior de mis muslos, donde mi piel es más fina y suave. Simultáneamente introdujo su dedo corazón en mi ano. Me esfínter se cerró sobre sus nudillos como si quisiera estrangularlo, al tiempo que mis caderas se contoneaban de puro goce en círculos y yo echaba la cabeza hacia atrás y profería un aullido de placer. Incrementándose mi lubricación empezó a besuquearme los labios mayores, que temblaban y se abrían levemente. Con dos dedos abrió mi coño y contemplé como se quedaba extasiado mirando el interior sonrosado húmedo y brillante del mismo, mientras yo abría mis piernas todo lo que podía facilitarle la labor. Besándome el interior de mi chocho yo notaba como el almizcle de mi sexo embadurnaba toda su boca. Él lo saboreó como si fuera pura melaza, me gustaba ver como se bebía mi néctar sexual.

Al lamer mis labios menores de abajo a arriba, terminó por golpear con su lengua mi clítoris macilento. Luego continuó haciendo círculos con su lengua alrededor de mi pepitilla.  Después, succionó, para terminar atrapándola con sus dientes. Yo creía que no podía sentir más placer hasta que giró su cuerpo, introdujo su boca con su barbilla rozando mi clítoris y se dedicó a darme un beso negro mientras sus manos separaban las cachas de mi culo. A continuación, introdujo alternativamente su lengua en mi coño y orificio anal. Yo en mi locura desatada le agarraba la cabeza empujando todo lo fuerte que podía, para sentir más profunda la penetración de su lengua en mis orificios.

Decidí que iba a recompensarlo por su habilidad comiéndome el coño y cuando tuve mi primer orgasmo y le llené toda su cara del líquido que fluía torrencialmente de mi vagina, separé su cabeza de mi entrepierna, incluso tirándole del pelo, hasta ponerle de pies y arrodillarme yo hasta quedar mi boca a la altura de su bragueta. Empecé a manosear su paquete por encima del vaquero, notando su pujanza y como aumentaba su tamaño hasta que creí que le iba a salir el capullo por encima del borde de pantalón. Desabroché el botón, bajé la cremallera, y para mi sorpresa no llevaba ropa interior y me lancé a besuquearle su erecta polla de arriba a abajo, mientras cogía con mis manos sus cojones y primero los sopesaba y a continuación se los apretaba todo lo que podía hasta que él gritó y relajé el apretón.  Cogí su miembro viril con mi mano y con un fuerte tirón le bajé la piel de su prepucio descapullándole. Apareció su glande, hinchado, brillante como un ciclope de un solo ojo, que me miraba fijamente, deleitándome en ello. Asiendo su pollón por la base lo apreté todo lo fuerte que pude viendo cómo se hinchaban las venas de toda su verga, cuando empezó a cambiarle el color de su glande, poniéndose levemente morado, solté y le besé tiernamente el meato. Él se relajó y gimió, aproveché el momento para introducir su capullo en mi boca y con los dientes ir apretando en su glande hasta que el no pudo más y cogiéndome por los cabellos de mi cabeza me separó.

Las marcas de mis dientes quedaron dibujadas en su polla y cuando desaparecieron empecé a mamársela aumentando el ritmo y la frecuencia mientras le clavaba mis uñas en sus nalgas. Al conseguiré que tuviera todo el rabo brillante con mi saliva, me dedique a juguetear con mi lengua en su capullo, a golpearle con la punta en su orificio como si quisiera meterla dentro. Él empezó a mover su trasero en círculos de puro placer. Yo intencionadamente introduje bruscamente mi dedo en su culo y aun aumentó su erección más, empecé a meterme su miembro hasta sentirlo en lo más profundo de mi garganta y solo retirarlo cuando los amagos de arcada marcaban el límite de mi mamada. Volví a morderle la polla, y mientras con una mano le pellizcaba el escroto y con la otra le masturbaba la base fieramente hasta que el roce enrojeció y calentó su piel.

Saqué su polla de mi boca y disfruté viendo como desde el capullo se deslizaba hilos de saliva colgando hasta gotear. Volví a succionarle la polla y le metí de improvisto dos dedos en su culo girándolos en círculos masajeándole la próstata hasta que su verga tembló y eyaculó en mi boca un copioso y cauterizante chorro de semen, que llenó toda mi boca. No me lo trague de inmediato, sino que jugueteé sacándolo entre mis labios y embadurnando su cipote con él, para luego volver a lamer los restos. Momento en el que el volvió a correrse hinchándose su polla en mi boca palpitando y escupiendo su lefa con tal fuerza que directamente me llegó a mi garganta y bajó por ella quemándomela, como cuando tomo el chupito de tequila más fuerte.

Tras correrse me levanté y le bajé los pantalones hasta los tobillos, para que el sacara los pies.  Una vez liberado me empujó bruscamente contra unas cajas de vino y quedé sentada en ellas al tiempo que separó mis rodillas tanto que llegaron a dolerme las ingles. Inmediatamente apoyo su polla contra mi coño y de un empujón seco y fuerte me la clavó entera abriéndome las entrañas de golpe. Notaba mi carne palpitando contra el hierro candente que se clavaba en mi vientre. Llegó tan profundo que pensé que me atravesaría, y el sonido de su pelvis cuando golpeó mi monte de Venus tan violentamente me sacó de quicio, dejó su polla dentro quieta un rato, como si quisiera disfrutar del momento; a continuación, empezó una serie de brutales envestidas perforando mi coño si contemplación, mientras se abalanzó sobre mis tetas y las mordió marcándolas. De vez en cuando sacaba su polla y golpeaba con ella el clítoris para volver a metérmela salvajemente de nuevo.

Mis labios enrojecieron, pero yo disfrutaba y arqueé mi cuerpo para ver como su polla me perforaba como si fuera un taladro. Me follaba tan duro que me dolían los muslos, las ingles y notaba como mi vientre se hinchaba al darme sus pollazos, como si un alíen en forma de gusano avanzara por debajo de mi piel.  Me estaba jodiendo bien fuerte. Cogió mi melena por la nuca y tiró hacia atrás al tiempo que me dijo: “¿Te gusta zorra como te follo?” y yo contesté: “¡Sí, cabrón, empótrame hasta destrozarme coño! “. Él me dio un fuerte pollazo que mis tetas no solo bambolearon como hasta ahora, si no que mis pezones casi golpearon mi cara. Y aprovechó para besarme y morderme el labio inferior hasta que manó la sangre, partiéndomelo. Yo respondí mordiéndole un pezón todo lo fuerte que pude, hasta que de un empellón me separó y empezó a golpearme y fustigarme las tetas con su mano, cuando no a estrujármelas y retorcérmelas como si quisiera arráncamelas, sin dejar de bombear a mil por hora su verga en mi irritado coño. “! Así cabrón, fóllame así, no pares ¡”, le dije, y él respondió: “!Te gusta zorra, que puta eres y como me pone que lo seas!”, y continuó diciendo: “¡Voy a hacer de ti la mujer más putón del universo!” y me soltó un par de bofetones en las mejillas.  Sacó su polla goteando con la lubricidad de mi coño y cogiéndome del pelo me obligó a girar y ofrecerle mi culo en pompa. Empezó a acariciarme las nalgas para a continuación golpeármelas hasta que enrojecieron y quedaron sus dedos marcados en blanco en ellas, para pasar a continuación a un color cárdeno.

“!Te gusta!”, dijo, mientras que de un empellón volvió a ensartarme su polla en mi coño, con tal fuerza y violencia que mi frente golpeó contras las cajas. Prosiguió empujando tan fuerte su rabo contra mi sexo que me clavaba los bordes afilados de los envases en los muslos. Oí como se chupaba un dedo y sin dejar de joderme me lo metió en el culo y empezó a girarlo en todos los sentidos para dilatar mi esfínter. Mientras lo hacía culeaba en todas direcciones para que su pene rozara bruscamente el interior de mi coño en todas direcciones, incluso cogía mi melena como si fueran las riendas de una yegua; girando su culo en círculos mientras con la otra mano golpeaba mis nalgas como si arreara una caballería.

Cuando consideró que mi esfínter anal había dilatado lo suficiente por haber introducido dos dedos, los sacó, y dejando caer un hilillo de saliva de su boca lubricó mi culo. Asiendo la base de su polla sitúo su glande sobre la abertura de mi ano, y de un fuerte golpe de caderas me la clavó hasta que sus cojones golpearon mis nalgas. Me rompió el culo de tal manera que recordaría este momento por muchos días al sentarme. La sacó también con tal brusquedad que mi esfínter se evaginó como el dedo de un guante al que se le da la vuelta. Me embestía dándome placer y dolor al mismo tiempo, y llevándome a un nuevo orgasmo, que arqueó toda mi espalda, erizó todos los pelos de mi cuerpo y un fuerte latigazo eléctrico que nació en mi culo perforado recorrió todo mi ser hasta salir en forma de grito por mi boca.

Al notar que la fricción de su polla en mi culo aumentaba peligrosamente la temperatura, sacaba su pene de mi ano y la refrescaba lubricándola en mi coño. Así estuvo un buen rato como si fuera una máquina de coser que daba puntadas ahora en mi coño, ahora en mi culo. Me temblaban las piernas y todos mis sentidos estaban abiertos de par en par, tanto que oí como rasgaba una caja de vino. Confirmé mi apreciación al notar el gélido roce del vidrio de la boca de una botella introduciéndose en mi culo. Al ir aumentando progresivamente el diámetro del cuello de la botella según se introducía yo pensé que me lo destrozaba. Mientras seguía clavándomela por el coño. Yo creía que moriría de placer y únicamente era capaza de gritar: “Así, así más, no pares”. De pronto él se quedó rígido con su polla lo más profundo de mis entrañas y sentí como palpitaba y se hinchaba, y una explosión de semen cálido y abundante inundaba todo mi interior; inmediatamente yo tuve mi tercer orgasmo y mi coño empezó a boquear apresando su polla como si quisiera succionar más lefa.

El sacó su enrojecido miembro de mí, me giró y las últimas gotas de semen las dejó caer sobre mis mejillas. “Límpiame la polla al tiempo que degustas el sabor de tu coño y tu culo”, dijo al mismo tiempo que me metía la verga en la boca. Fue un coctel triple de semen, fluido vaginal y acres punzadas de heces el que paladeé. Sacó su polla toda húmeda de mi saliva y haciéndose una paja cubana con mis tetas puestas en punta con sus manos se la secó. Yo quedé jadeando sobre las cajas mientras él sonreía y se vestía. Cuando recuperé el resuello me vestí yo y sin decirle nada abandoné el almacén llevándome como única despedida un fuerte manotazo en el culo dolorido que en un punzazo me recordó lo recién sucedido.


Desde aquel día no puedo evitar que, en mis frecuentes paseos por el Retiro, cada vez que veo la puerta trasera del almacén del quiosco mis comisuras se arqueen tanto de mis labios verticales como horizontales recordado el polvazo que aquel ocaso que liberó toda la lujuria que me carcomía por dentro y así pude dormir plácidamente hasta después del mediodía. No volví a verle nunca más, ni siquiera supe su nombre, ni él el mío, fue un encontronazo que terminó por romper las ataduras de la melancolía que debido a la ruptura con mi pareja me tenia bloqueada. A partir de esa fecha volví a poner en circulación mi vida sexual, que había quedado en barbecho y la recuperé tan satisfactoriamente y plenamente que este episodio fue uno más de los que viví a continuación sin destacar de ellos, salvo por la anécdota de que fue el punto de inflexión. Del resto de mis aventuras amorosas no contaré nada más, ¿o sí?, ¿quién sabe?.