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Quien soy y que pretendo...



Quien soy y que pretendo...

Soy Mesalina, de vuelta del abismo del Tártaro en el Hades en forma de súcuba relapsa para tentar a todos los varones, y al mismo tiempo de íncubo apostata para seducir a todas las mujeres, de este nuevo mundo lleno de lujuria y perversión. Morí prematuramente joven y he resucitado para cumplir todo aquello que dejé pendiente.

Si mi nombre quedó en la historia romana del siglo I como sinónimo de prostituta, ramera, meretriz o felatriz; os juro que estaré a la altura de mi fama previa y satisfaré de nuevo mi lujuria aprovechándome de todos los medios a mi alcance, incluido este maravilloso, a la par que libidinoso, universo virtual.

Ya que el célebre bardo Décimo Junio Juvenal, en su poesía satírica, manifestó su ingenio y mi procacidad, sosteniendo que en los suburbios del Suburra yo adoptaba el mote de Liscisca o mujer-loba, para prostituirme; enviciando y pervirtiendo por dinero a todos mis conciudadanos, vendiendo mis favores. He regresado ahora para enviciar y pervertir gratuitamente a los visitantes de este lugar, para desbaratar el infundio de que mi móvil era el vil metal y no el probo vicio. Por eso uso aquí también mi mote, para limpiarlo de semejante afrenta.

Otrora conseguí vencer a la furcia más famosa de la ciudad eterna, ganándola en leal competición, y derrotándola al satisfacer a doscientos hombres en una única noche; sin distinguir entre patricios, plebeyos, esclavos, soldados, gladiadores, senadores, cónsules o actores. No he de cejar ahora hasta conseguir la eyaculación y la lubricación orgásmica de todo aquel o aquella que se aventure en la lectura de es impúdico sitio; sean estos cientos, miles o millones.

Esa soy yo, Valeria Mesalina alias Liscisca, hija del cónsul Marco Valerio Mesala y por supuesto ninfómana; y estas son mis intenciones.


viernes, 28 de abril de 2017

Tomas y Carmen Una historia sicalíptica Parte III


Carmen estaba bellísima, el embarazo la sentaba tan bien, le había subido la guapura, tenía una cara resplandeciente, unos ojos brillantes, alegres, llenos de vivacidad, albergaba vida en su vientre y esta le asomaba a la cara desbordándose por su mirada. Estaba tan linda con el jersey de campo de lana gorda de Tomás cubriéndole su abultada barriga hasta las rodillas desnudas, usaba la ropa de él como si fuera ropa de premamá desde que empezó a crecer su futuro dentro de ella y la suya le fue imposible vestirla. Tomás la encontraba preciosa, nunca la había encontrado tan realmente hermosa, esa era la palabra justa, rebosaba hermosura.

Ella apremió a Tomás en que debía cambiarse la ropa sudada no fuera a resfriarse e insistió en acompañarle al dormitorio a buscarla, no fuera a desordenar todo el armario con lo que a ella le había costado deshacer las maletas en su estado. Se levantó torpemente del banco de piedra, pero sin permitir que le ayudaran a alzarse, no quería sentirse una invalida, hizo una pequeña pausa poniéndose las manos en jarras en los riñones como si sopesara su gravidez, después avanzó con sus andares torpes por el embarazo, con las piernas más abiertas de lo normal y con pasos cortos como si fuera un ave palmípeda. Tomás la observaba minuciosamente, con una mirada dulce, incluso hinchada con lo avanzado de la gestación encontraba tan elegantes sus gestos, su forma de andar no le parecía cómica, todo lo contrario, veía delicadeza y elegancia donde todos los demás, incluida ella misma, veían torpeza y desaliño.

Definitivamente estaba fastuosa en su embarazo, había sobrepasado todos los umbrales de la belleza, él estaba seguro de que nunca en su vida volvería a encontrarla tan hermosa, era una diosa, si eso era, la diosa madre, la diosa de la fertilidad, la diosa generadora de vida que embellecía todo lo que tocaba con la feracidad de su vientre abultado, y él quería ser el sumo sacerdote de su culto, adorarla desde debajo del pedestal de su maternidad, postrarse ante su tripa abombada y repetir un mantra místico y fascinante que alabara su matriz fecunda, su útero preñado de frutos, sus ubres lindas y ubérrima llenas de vida.

Lo que parecía imposible, había ocurrido, contra más se deformaba el cuerpo de ella más atractiva era a sus ojos, según avanzaba su preñez aumentaba su amor por ella, era difícil quererla más de lo que ya la quería y sin embargo cada mes, cada semana que la gestación la inflaba como un globo aerostático inflamaba paralelamente sus sentimientos, y no sólo eso, sino también sus deseos, la deseaba más que nunca, le excitaba sexualmente más que nunca, disfrutaba con ella en la cama más que nunca. Descubrió los placeres de la delicadeza y la ternura haciéndole el amor embarazada, de la suavidad, de la lentitud, de los gestos tiernos, de las caricias apacibles, de los besos tibios, de la levedad de los abrazos, en definitiva, el maravillo mundo del sexo sutil e ingrávido.

Al llegar a la habitación él se desnudó completamente ante la mirada complacida de ella que inmediatamente se abalanzó sobre él y le abrazó presionándole contra su inmensa barriga, teniendo él que encorvar su cuerpo para abarcarla y recibirla manteniendo la mayor superficie de contacto posible entre sus epidermis, entre la piel tersa y tirante de su panza y la piel sudorosa y caliente de su torso.

Eso es lo que ella quería hacer desde el momento que le vio entrar sudoroso con la leña, bastante bien enseñado le tenía para que ni se le ocurriera descolocar nada del armario al cambiarse de ropa. Quería olerle, no su colonia, ni su loción de afeitar, sino su sudor. Quería embriagarse del aroma de su macho, olfatear su olor corporal, rastrear por su piel salada y húmeda los rastros de su virilidad con su nariz, sentir ese perfume acre e intenso en las mucosas de su fosa nasal. Excitarse instintivamente, ancestralmente y salvajemente con el olor sexual de su pareja, con su sudor reciente, cálido y palpitante, un olor a bosque, a vida, a almizcle, a sexo, a deseo y a entrega, un olor que era suyo, de su hombre, únicamente para su goce, únicamente para su disfrute íntimo y lascivo.

Desde que estaba embarazada se le había afinado de una manera muy intensa el sentido del olfato, llegaban mil fragancias nuevas a sus aletas nasales que temblaban de emoción, era capaz de distinguir matices olorosos que nunca antes se le habían revelado, y entre todos los perfumes que redescubrió en su nueva intensidad aromática, el de Tomás era él más delicioso, el que le hacía experimentar sensaciones más íntimas y profundas.

Un nuevo mundo oculto hasta ahora, eso era, como si hubiera descubierto una nueva paleta de colores, un nuevo arco iris y disfrutara repintando el mundo con ellos, se extasiaba en olerlo todo, en recrear el universo con su pituitaria. Y como ya queda dicho, de entre toda la panoplia de aromas el de su pareja la volvía literalmente desquiciada, buscaba olerlo continuamente, sobre todo cuando estaba recién sudado y era más intenso y ácido su almizcle viril. Llegaba a tal paroxismo de sensaciones que terminaba lamiendo la sal de las gotas de sudor de Tomás, tal y como estaba haciendo ahora de sus hombros y torso desnudo, incluso había llegado en ocasiones a besarle y lamerle las axilas, cosa que en otro tiempo le habría parecido no sólo algo grotesco y escatológico, sino directamente vomitivo.

Cuando había satisfecho hasta la saciedad sus deseos, y ante la saturación ya no era capaz de embriagarse con su olor y ya no encontraba restos salados en la relamida piel de él, suspiró satisfecha, se dio media vuelta y apoyó toda su cargada y fatigada espalda por el peso contra el pecho de él. Le cogió ambas manos y se las metió por debajo de la lana de su jersey depositándolas sobre su hinchado vientre, mientras el empezó a besarla en la nuca, en el comienzo del arranque del pelo que ella llevaba recogido.

Él acariciaba suavemente la tersa piel de su barriga, delicadamente, tiernamente, queriendo sentir el hijo dentro de las entrañas, lo que le hacía infinitamente feliz, poder tener en un solo abrazo las dos mujeres que seguramente más amaría en su vida. Desde que supo por la ecografía que el hijo no era tal, sino hija, la ternura y el cariño se le acentuaron aún más, si eso era todavía posible. Le parecía maravilloso reproducir la belleza y delicadeza de la madre en el cuerpo y el carácter de su futura hija, y le parecía sublime el que él pudiera participar de ese milagro y contribuir con su amor a dicha reproducción.

Se pasaban horas así, ella descansando el sobrepeso de su sufriente espalda contra el pecho de él, y él acariciándola la hinchazón de su tripa con la yema de los dedos, ella sentía el placer doble de la vida que la amaba desde dentro de si y el de la vida que la amaba desde fuera. Tomás se había vuelto tan tierno, tan cariñoso con su embarazo, tan solícitamente atento hacía ella, sin llegar a agobiarla nunca, haciéndose indispensable sin abrumarla, que deseaba estar el mayor tiempo posible con él.

Tomás notó como ella ponía sus manos por encima de la lana sobre las suyas, como si quisiera que él le trasmitiera mediante ese gesto toda la placidez de sus sentimientos al acariciarle el vientre hinchado. Notó como ella suspiraba y giraba la cabeza para mirarle directamente a los ojos con una mirada lánguida, al tiempo que le empujaba sus manos desde fuera del jersey hacia arriba, hasta situárselas sobre sus pechos, él hizo cuenco con las palmas de su mano para abarcar toda la redondez de sus senos, notó los pezones hinchados que quedaron atrapados entre la abertura de dos de sus dedos, con los cuales hacía sutiles roces sobre ellos como si hiciera pinza, mientras ella sujetaba y apretaba desde fuera sus manos contra ellos.

Le dijo algo en gallego, creyó entender que “ceitosiño”, antes de besarle intensamente buscando con su lengua las profundidades titilantes de la boca de Tomás, un beso profundo de lenguas húmedas entrelazándose, de saborearse las salivas mutuamente y de labios buscándose y mordisqueándose, que fue poco a poco convirtiéndose en una sucesiva serie de besos cortos, delicados, apenas rozándose los labios, tocándose únicamente las puntas de las lenguas, que culebreaban vivarachas dándose placer y terminó en unos mordiscos tiernos e interminables de ella en el labio inferior de él.

Carmen metió sus manos debajo del jersey y buscó las de Tomás, y entrelazándolas con las de él las hizo abandonar sus pechos, se las soltó el tiempo imprescindible para levantarse el jersey y enrollarlo arremangado entre sus pechos y su tripa abultada que hacía de repisa para sujetarlo. Ávidamente volvió a buscar las manos de su amor, pero esta vez sin entrelazarlas, poniendo su palma abierta sobre el dorso de las suyas entrelazando únicamente sus dedos pulgares, y las guío hasta la cinturilla bordada de sus bragas negras, anchas y elásticas, que no le gustaban nada, pero eran las únicas que podía usar en su estado.

Metió las manos de él, una detrás de otra, alternativamente, por debajo del elástico de sus bragas hasta que alcanzaron su sexo, guiándole ella desde fuera en un movimiento descendente, hasta que abarcaron todo su monte de venus con los dedos y entonces presionó sobre ellas al tiempo que abría sus muslos, los dedos de él se humedecieron con el goce lubricado de su sexo e inmediatamente ella sacó la mano de Tomás y le obligó a meterse los dedos en la boca para que saboreara el placer húmedo de ella. Con la otra mano hizo la misma operación, pero terminó por llevársela a su propia boca y saborear ella misma el almíbar almizclado de su sexo en los dedos de él, que chupo lentamente disfrutando del sabor de ella misma, de su intimidad en la piel de él.

Carmen se separó del cuerpo desnudo de su pareja, se bajó el jersey hasta sus desnudas rodillas, le miro al tiempo que le mandaba un beso por el aire y abandonó el dormitorio cerrando la puerta detrás de ella para que Tomás terminara de cambiarse de ropa. Aun tardó Tomás en salir, esperando hasta que se le bajara la erección y no ir marcando paquete por casa de sus suegros.







miércoles, 19 de abril de 2017

Tomas y Carmen - Una historia sicalíptica parte II



- ¿Por qué te pones tan bestia al darme por detrás? Por delante eres más variado, a veces suave, otras fuertes, por el culo siempre brusco, nunca tierno.

- Ya te lo he dicho.

- Pues no me he enterado.

- Sigues teniendo el culo muy prieto y es así la única manera.

- De eso nada, que el otro día bien despacito y suave que lo hiciste y se pudo. Eso sí sacándomela cada dos por tres y haciéndome que te la chupara para lubricártela. ¿Qué te crees que no me di cuenta?

- Estaba tardando mucho en correrme y se secaba aquello y te iba a doler más.

- ¿Dolerme más a ti o a mí?

- A los dos.

- ¡Ah, bueno, eso ya si me lo creo!

- Insisto, la culpa fue tuya, házmelo muy despacito y nárrame todo lo que me hagas.

- Sabes que me pone muy cachonda que me digas cómo me follas mientras me follas, me pone muy caliente.

- Si ya sé que te pone a cien, menos el otro día.

- Se juntó lo del guante y tanto ir del culo a la boca llegue a pensar si no me estaría comiendo yo mi propia mierda, y eso me dio el bajón.

- ¡Ja, ja, ja!, ¡cómo eres!, no te gusta comerte un marrón.

- No me dirás que no, te pasa a ti eso y se te baja la erección en el momento.

- ¿Nunca has pensado que cuando yo te meto la polla o el dedo en el culo estoy empujando tu caca hacia dentro?

- Pues no, nunca, que idea más desagradable. ¿Tú si piensas eso y se te mantiene dura y tiesa?

- Yo no es que lo piense cariño, yo es que muchas veces lo noto.

- ¡Calla, cerdo, calla!, que me vas a hacer vomitar.

- ¡Carmen por dios!, que te vuelve loca que te de besos negros y que te meta la lengua por el culo, y eso si es literalmente comerse un marrón.

- Pero te habrás dado cuenta que después de un beso negro a mí menda no vuelves a besarla en la boca hasta que te lavas los dientes.

- ¡Ja, ja, ja! Eres tremenda, nunca me había dado cuenta de eso, ¿es cierto?

- ¡Qué poco detallista eres para todo!

- Ya sabes que yo no soy nada escrupuloso ni en la mesa ni en la cama, y sabes que me gusta mucho darte placer comiéndote el coño y el culo, y a ti te gusta casi más qué que te folle o te dé por culo, que de ese detalle sí que me he dado yo cuenta, ¡ja, ja, ja!

- Eso te lo reconozco, comes el coño como nadie en el mundo, nunca me habían hecho cosas tan variadas y tan ricas. ¿por cierto, donde aprendiste tú a comer tan bien los coños?

- Ya te he dicho, no siendo escrupuloso, todo lo que sea placentero y libremente admitido por ambas partes me vale.

- Eso es mentira, lo de mi dedo en tu culo no te vale.

- Porque eso no es placentero.

- ¿Y cómo lo sabes si no lo has probado?

- Tampoco he probado la muerte o a amputarme un brazo y no lo deseo.

- Pero si además dicen que vosotros tenéis el punto g en la próstata que se toca por el culo, que en cuanto os lo tocan eyaculáis y sentís un placer intenso.

- Prefiero eyacular lentamente, menos intensamente y por los métodos tradicionales, si no te importa.

- ¿Te estás poniendo palote con la charla, ¿eh?

- No te creas.

- ¡Ya! Como que no la noto yo creciendo e hinchándose entre mis piernas.

- Un poco morcillona.

- Pues vamos a cambiar de tema que después de los tres de hace un rato me duelen aun los riñones, déjame descansar el resto de la noche.

- Yo no he dicho nada.

- No, lo dice tu polla por ti.

- Mi polla es muda cariño.

- Si, pero luego con la erección en marcha me chantajearas emocionalmente diciéndome que como voy a dejarte así, que me eche que todo lo harás tú, ¡que nos conocemos!

- ¿De verdad que no te apetece otro?

- No, de verdad, me duelen mucho los riñones, han sido tres muy seguidos y yo encima los tres, meneándome, mientras tú estabas quieto.

- Es lo que tú has dicho que querías.

- Ya, pero no pensé que ibas a tardar tanto en correrte, sobre todo en el último.

- Tampoco ha sido tanto.

- ¡Como que no!, cuarenta y cinco minutos de reloj.

- ¡Exagerada!

- Como te lo digo. ¿Oye?, por cierto, ¿por qué cada vez tardas más en correrte?

- Por qué cada vez tenemos más práctica, nos compenetramos mejor.

- ¿Por qué hablas en plural?

- Porque a ti también te pasa.

- Eso no es cierto, tú no eres detallista, pero yo si, y a mí no me pasa que tarde más en correrme.

- Pero te corres muchas más veces seguidas que al principio.

- Pero eso es porque tú me la tienes dentro más rato, por no correrte pronto.

- ¡Ja, ja, ja!, y yo podría decir que tardo más en correrme porque tú eres capaz ahora de correrte más veces con mi polla dentro, esto es evaginar una excusa ajena, ¡ja, ja, ja!

- No me dices siempre que lo que más te excita es verme correrme, que mi cara en ese momento te pone a mil.

- Y es cierto, ese retorcerte, esos latigazos que da tu cuerpo, los gemidos, eres preciosa en esos momentos, te deseo y me excitas más que nunca.

- Pues entonces algo no cuadra, si verme correrme es para ti lo máximo, contra más veces me corra yo antes tendrías que correrte tú, y no al revés como has dicho antes.

- ¡Y que más dará el tiempo que tarde yo en correrme! Menuda conversación más tonta.

- Porque lo mismo tardas más en correrte porque ya te excito menos que antes.

- No cariño, para nada, si tardo más en correrme es porque deseo estar el máximo de tiempo follándote, si pudiera estar todo el día dentro de ti, no haría otra cosa. Me cuesta mucho aguantarme las eyaculaciones hasta que no puedo más.

- ¡Pero qué tonto eres! – dándole un beso mientras le decía esto - tú no te aguantes las ganas, tú córrete y luego repites todas las veces que quieras, ¡tontorrón!

- Cariño, hazme caso, la fisiología masculina es distinta a la femenina, yo no puedo correrme tantas veces como quiera, ni tan si quiera tener tantas erecciones como quiera, pero si puedo intentar mantener la erección el mayor tiempo posible, ya sabes sexo tántrico.

- Pues cualquiera lo diría, porque ahora sí que estás burras totales, en una de estas tu polla hace palanca y me estampas contra el cielo raso, ¡jajaja!

- Que quieres que le haga, si me excitas con esta charla.

- ¡Que tonto eres, que te excite hablar de sexo, si lo hacemos continuamente!

- ¿De verdad que no te apetece?, uno rapidito, tipo conejero, ¡venga va!

- No, de verdad, me duelen mucho los riñones, y además también el último iba a ser conejero y mira lo que pasó, ¿pero tú crees que puedes engañarme dos veces con el mismo cuento el mismo día?

- ¡Ja, ja, ja!, ¡tremenda!, ¡eres tremenda!

- Venga, cambiemos de tema y veras como se te baja.

- Pues tú te lo pierdes, que ahora sí que está realmente dura y gorda.

- Como que te crees que no la noto entre mis muslos.

- Quizás si te quitas de encima de ella, se me baje antes.

- No, que ya he cogido la posturita y estoy muy cómoda ahora, además me gusta sentirla así dura y caliente entre mis muslos, sin que me la metas y empieces a bombearme y a machacarme los riñones, además está palpitando y rozándose con mi coño.

- Así dudo mucho que se me vaya a bajar.

- Pues bueno, déjala que palpite todo lo que quiera y córrete entre mis muslos, pero eso sí, prohibido moverte y castigarme más los riñones.

- Cariño, esto no funciona así.

- Cambiemos de tema, olvídate de tu polla de una maldita vez y ya será lo que tenga que ser, que se te ponga flácida o que te corras.

- ¡Uf!

- ¿No decías antes que practicabas el sexo tántrico?, ¡pues hala a practicarlo!

- No faltaba más, como la señora está gozando con el palpitar de mi polla contra su coño, a mí que me den dos duros.

- Esto por lo del culo evaginado del otro día, ¡a aguantarse tocan!

- ¡Ja, ja, ja!

- ¿De qué estábamos hablando antes de ponernos guarretes?

- Pues te decía yo, que no somos bonobos, ¡ja, ja, ja!, ¡pero cualquiera lo diría!

- No, eso ya estaba dentro de la era guarreta. ¡Ya recuerdo, hablábamos de tus celos estúpidos de Antonio!

- ¡Vaya por dios!

- ¿Ves que pronto ha dejado de palpitar?, espera que me froto un poco y vuelve a ponerse – mientras en movimientos circulares se frota su entrepierna con la de él – ya está, ¿ves que rápido?, en cuanto me froto contra ella.

- ¡Eso no vale!, habíamos quedado que, sin movimiento alguno, ¡eres una tramposa!

- Tú calla y concéntrate en aguantar la eyaculación, estarte quietecito sin mover ni un músculo, seguirme la conversación y en que tu polla siga palpitando sobre mi clítoris hasta que yo me corra.

- ¿Y tú crees que faltara mucho para esto último?

- No creo, le tengo tumefacto, húmedo, caliente e hinchado que parece un huevo de codorniz recién puesto.

- Lo de húmedo y cálido ya lo noto, que me estas fregoteando todos los bajos al vapor, ¡ja, ja, ja!

- ¡Calla cochino!, que lo que tú quieres es correrte hablando guarrerías, y lo que esta vez toca es corrernos sin mover ni un músculo, sexo estático, que nunca lo habíamos probado.

- ¿Tampoco se puede hablar?

- ¡Tampoco, si son guarrerías!, que, de sexo oral, no del de chupar si no del telefónico, ya estoy bien servida cada vez que te vas a la sierra a coger bisbitas.

- ¿Ya estas harta de lo del teléfono?

- No, para nada, eso es lo tercero que mejor me sabes hacer, me vuelves loca hablándome, yo a oscuras, tú tan lejos y tan cerca al mismo tiempo, a veces cuando te pones duro me corro sin necesidad de tocarme ni nada.

- Mira tú de que cosas se entera uno.

- Tienes mucha imaginación y lo haces muy bien, salvo que a veces te pones en plan romántico y parece una poesía más que un polvo telefónico, lo que tardas en entra en harina entonces, en esos casos si necesito masturbarme, pero cuando llevas varios días fuera sin poder hablarme y estas calentorro y entras directamente a matar, es un lujo oír tu voz tan grave por el teléfono. Tienes voz de locutor de radio de los de antes.

- Por cierto, ¿qué son las dos cosas que te hago mejor que el sexo telefónico?

- Comerme el coño y follarme.

- ¿Y darte por culo?

- Eso está muy abajo en la lista.

- ¿Tan poco placer te da cuando te monto por detrás?

- No hombre, tampoco es eso, si no me dieras placer no dejaría que me la metieras por detrás.

- Bueno, puede ser que no te dé ni placer, ni molestia, ni fu ni fa, y simplemente dejes que te parta el culo por darme placer a mí.

- ¿Pero tío, tú no ves que me corro cuando me enculas, o qué?

- Pueden ser orgasmos fingidos.

- En mi vida he fingido un orgasmo, yo no caigo tan bajo, al menos nunca contigo.

- ¿Con otros sí?

- Eso forma parte de mi intimidad que no estoy dispuesta a compartir contigo.

- Pues no sé por qué.

- Porque es mía y yo decido lo que comparto y lo que no.

- Anda muévete un poquito que se me van a dormir las piernas.

- Mientras no se te duerma la polla y esa sigue palpitando, cada vez más y mejor.

- Solo faltaría que a mí me diese una tromboflebitis por falta de circulación en las piernas porque tú quieras correrte de una manera rara.

- ¿Lo dejamos?

- ¡No!, cariño no, que ya le estoy cogiendo yo el gustillo a esto del sexo estático.

- Ya me parecía a mí que todo era de boquilla, que lo que yo tengo entre las piernas está cada vez más duro y más a gusto estando allí.

- Pero déjame metértela un poquito, al menos para correrme dentro, aunque solo sea la puntita.

- Nada de puntitas, tu polla está bien donde está, frotando muy levemente mis labios y palpitando en mi clítoris. ¡Nada de meterla!

- ¿Pero por qué?

- Porque soy clitoriana, y me gusta que tu polla me frote por fuera el clítoris y no que me la claves dentro de la vagina, ¿entiendes?

- Al menos frótate un poco como antes contra ella.

- De acuerdo, pero tú prométeme que no te vas a correr.

- Prometido.

- ¡Um!, ¡qué dura la tienes cabrón! – mientras volvía a culear sobre él en círculos – espera que voy a frotarme el coño a todo lo largo de ella, pero ni se te ocurra metérmela – y se inclinó horizontal sobre él con su cuerpo paralelo al suyo y moviéndose compulsivamente arriba y abajo.

- Te vas a despellejar el coño si sigues así.

- Si claro, y cuando tú martilleas dentro que a veces pienso que quieres meterme hasta los cojones dentro, entonces no se me despelleja – no dejando de frotarse contra él.

- Por eso mismo, dentro, con mucosa preparada para el roce y frotamiento, mullida, blanda y lubricada.

- ¡Que manía con la puta penetración!, también puedo meterme el palo la escoba y es más largo y más duro que la tuya – vuelve a su posición original con su sexo totalmente abierto sobre el pene de él y sentada totalmente estática.

- Si, pero no es tan gorda, ni está caliente, ni palpita, ni te llama puta al oído mientras te lo metes.

- Ya ves tú que problema, con dos palos en vez de uno, pasados antes por el microondas y con una grabación de sonido, todo solucionado.

- ¿Y por qué estás sentada encima mi polla y no encima del palo la escoba?

- Porque te amo a ti, idiota, y no al palo de la escoba, las mujeres follamos para amar, no como vosotros que amáis para follar, a ver si te enteras de una puta vez.

- ¡Ya estamos!

- ¿Ya te corres cariño?, a mí aún me falta un poco, aguanta un poquito, anda, y luego te la limpio chupándotela como a ti te gusta.

- No, aun no, que ya estamos con los clichés, decía.

- ¡Joder!, ¡qué cabrón! Con la polla a punto de reventar, que aún se le ha puesto más dura y gorda de lo que ya la tenía, que parecía imposible, ¡y aún le queda sangre en el cuerpo para que le llegue al cerebro y pensar en roles sexuales!

- La verdad que tengo una erección de campeonato, como nunca creo yo.

- Y querías meterme ese pedazo trabuco en el culo, ¡cabrón!, para no poder sentarme en una semana.

- En el coño, cariño, sólo en el coño, que ahí te cabe y te va a gustar, la tengo como nunca de dura y caliente y gorda.

- ¡He dicho que no, y es que no!, cuando yo digo no, es no y ya lo sabes de siempre.

- ¿Te has meado?, ¿no estarás menstruando?

- No seas cerdo, son mis fluidos vaginales.

- ¡Coño!, ¿tan abundantes?

- ¿Cómo quieres que esté con ese pedazo pollón entre los labios de mi coño?, derritiéndome, el clítoris me va a estallar.

- Pues te vas a deshidratar putita mía con esto del sexo estático.

- Estoy lubricando como nunca jamás. Ya hace rato que me salió el líquido más espeso y más amarillento, el moco, que lo he visto antes al incorporarme y aún sigo lubricando.

- Pues me estas encharcando, y entre la humedad y el estarme quieto me va a pillar un reuma del copón, ¡zorra! ¡Qué buena estás y que pedazo tetas tienes! – agarrándola los pechos con ambas manos.

- ¡Eh, las manos quietas!, ¡ni un músculo! – él vuelve a dejar los brazos yertos.

- ¡Joder!

- Ya estas a punto de caramelo, cariño, ya empiezas a insultarme y hacerme sentir una puta.

- Es que eres la mujer más guarra y más puta que conozco, y más aún que voy a hacerte con el tiempo.

- ¡Ya me viene, ya me viene! – se agita convulsamente, arquea su espalda, gime de placer y en la última sacudida suelta su alarido de costumbre.

- ¡Zorra como me gusta verte correrte! – ella se levanta un poco sobre él y en ese momento él vierte todo su líquido seminal sobre el cuerpo de ella a lo largo de todo su eje, cayendo la mayoría entre sus senos y las últimas gotas sobre su boca medio abierta.

- ¡Él que casi se deshidrata eres tú! -  gimiendo mientras saborea el líquido de él - ¡cuánta leche has soltado, amor mío!, ¡y eso que es el cuarto de la noche!, ¡qué rico me sabe siempre tu lefa, cabrón!

- ¡Lo prometido es deuda!

Ella se inclina sobre la entrepierna de él y se la lame cuidadosa, lenta y suavemente, termina secándolo con sus propios senos.

Se abrazan los dos y no dejan de besarse y acariciarse muy lentamente, entrelazando sus piernas, sus brazos y sus bocas suavemente, mientras esperan coger la postura idónea y dormirse uno en brazos del otro, cuando Carmen cierra por primera vez los ojos, Tomás en su oído, muy bajito, casi musitando, le dice:

- Te quiero como no he querido ni querré nunca a nadie en este mundo, lo único que lamento es haberte conocido tan tarde y haber desperdiciado veinticinco años de mi vida.


- Yo sólo quiero tu cuerpo – dijo ella con una sonrisa en la boca con la que se quedó definitiva y profundamente dormida en los brazos de él.


miércoles, 5 de abril de 2017

Tomas y Carmen – Una historia sicalíptica Parte I



                     
                                                                                                               Fotografïa -  Howard Schatz
                                                                                     



- Pero contéstame, ¿si estuviera hecha una foca seguirías amándome?

 - Si cuando te conocí hubieras sido una vaca-burra, ahora serías probablemente mi amiga, pero no mi amante.

- No, yo digo ahora, si ahora de repente engordara veinte kilos de golpe.

- Ahora te querría, aunque engordaras veinte toneladas, ¡qué tontería, joder!, aunque eso sí yo seguiría follándome un cuerpo.

- ¡Y dale con el cuerpo!, ¿para ti el amor nada más que es sexo o qué?

- No, ni el sexo es nada más que amor.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Pues que el tomate solo no hace el gazpacho, pero que no hay gazpacho que valga sin tomate.

- ¡Anda, que ya te vale!, compararme el amor con el gazpacho, eres de un original.

- ¡Vale! – en tono condescendiente – en plan cursi, el amor sin sexo es como un jardín sin flores, y en plan académico, el sexo es condición necesaria pero no suficiente para el amor, ¿ya te llega?

- Que tú no puedas sentir amor sin necesidad del sexo no quiere decir que no exista.

- Vamos a ver, - haciendo una pausa melodramática antes de llamarla por su nombre de pila cosa que a ella no le gustaba mucho - Carmen, ponme un ejemplo.

- Como tú quieras Tomás – pronunciando su nombre con retintín para hacerle notar que se dio cuenta del detalle – todo el siglo diecinueve está lleno de amores puros, platónicos, vamos, sin sexo.

- Ya, y tú estabas allí para saber si la literatura se correspondía con la realidad.

- Pero el arte es siempre reflejo de la realidad, es un espejo fiel de cómo es la sociedad del autor, eso no me lo discutirás.

- Según esa teoría los hombres actuales tienen un ojo en el cogote y otro en la frente.

- Si te refieres al cubismo, eso tiene poco de actual.

- Vale, los hombres de comienzo de siglo, me da lo mismo.

- No creo que puedas ser tan torpe, y no te des cuenta.

- ¿Por?

- Detrás de los rostros cubistas no está una imagen del hombre, si no el concepto abstracto de él, una deformación plástica o estilística.

- ¿No te quejaras, ¿eh?, te lo pongo a huevo, elijo ejemplos de tu campo – Carmen era licenciada en historia del arte, aunque nunca ejerció su carrera, estudió al mismo tiempo la carrera técnica de informática y es la que ejercía.

- Además – siguió ella sin hacer caso a su comentario – esto ya lo hemos hablado más veces.

- ¿El qué?

- Que la aparición de la fotografía acabó con el arte figurativo y de ahí, y de la sociedad burguesa capitalista que mata al mecenas clásico, nacen las vanguardias de principio de siglo.

- Sí, sí, ya me lo sé. Pero a lo que íbamos...

- ¡Mírale!, como si él nunca se fuera por las ramas, que discutiendo pareces un orangután, ¡jajaja! – riéndose de su propia ocurrencia.

- Y sin discutir, vestido un caballero en calzoncillos un chimpancé, pero déjame decirte, - haciendo caso omiso del chascarrillo para quitarle importancia y que no notara que le fastidiaba - ¿por qué detrás de las obras románticas ha de estar la realidad del amor y no como con el cubismo un concepto deformado de él?

- Pero el romanticismo no fue sólo un estilo de arte, sino una forma de ver la vida, de entenderla, de estar en el mundo.

- De verla deformada.

- La gente entonces se suicidaba a mansalva por amores no correspondidos, ¿quieres más pruebas?

- Tú lo has dicho, eran amores no correspondidos, pero no platónicos.

- Llámalo como quieras, pero es lo mismo.

- No, perdona, no es lo mismo matarte porque no puedes acostarte con la mujer que amas, que el enamorarte contemplativamente sin querer acostarte con ella y suicidarte como prueba máxima de tu amor, para nada es lo mismo.

- Voy a contarte una historia real que demuestra que estás equivocado. Un poeta romántico danés, se enamoró de una rica heredera de la burguesía, era su musa, toda su poesía iba dedicada a ella, pero el padre de ella se opuso a la relación, por ser él un pobre poeta bohemio sin dinero.

- Pues suena totalmente a amor no correspond...

- Espera y no te precipites. Ellos dos en secreto siguieron amándose, aunque sin poder consumar su amor, una pasión casta y platónica, cartas secretas, claves de enamorados, poesías para ella, en fin, lo típico. Con el tiempo él se hizo el poeta más famoso del país, reconocido por todo el mundo, premiado, obteniendo la máxima consideración y aprecio de esa sociedad tan puritana, y claro está haciéndose acaudalado.

- ¿Y?

- Y el padre de ella por fin consintió y se casaron el poeta y su musa platónica de varios años de devoción. A la mañana siguiente de la noche de bodas él cogió y se suicidó pegándose un tiro en el paladar, y dejándola una nota a ella.

- ¡Joder!, ¿dio un gatillazo?

- No en la cama, aunque si en el desayuno.

- Pues no me dirás que fue como prueba de amor, ¿no?

- No, fue por asco.

- ¿Asco?

- No pudo soportar que su amor idealizado tuviera vello púbico, le espantó su pubis peludo con el que había soñado durante años como el monte de venus de las estatuas romanas y griegas.

- ¿Pero este tío no había visto un coño en su vida o qué?

- Por lo que se ve no, y había idealizado el sexo de su musa como el de las estatuas de mármol que conocía, la realidad le pareció tan asquerosa que no lo soportó y se suicidó.

- ¡Joder!, esto no es un amor platónico, ¡esto es que el tío era un gilipollas integral!

- Sí, si es un amor platónico, un amor tan puro, tan idealizado, tan mental, que cuando se convirtió en sexo con pelo, sudor, humedad y olor, no pudo soportar tanta degradación y se suicidó.

- Menuda cara debió quedársele a ella a la mañana siguiente al leer la nota de suicidio, ¡Joder!: “Mi diosa del amor de mármol de Carrara me suicido porque tienes el coño peludo, húmedo y huele a pescado podrido”, ¡ja, ja, ja!

- Bueno, me parece que nos alejamos del tema. Todo ha empezado porque yo quiero saber porque me amas.

- No, no, no, todo empezó porque yo buscaba el tabaco y a ti te parecía muy vulgar.

- Y es que lo es, que menos que antes del cigarrito de después, unos besitos, unos abrazos y unos te quiero.

- Pues más hortera me parece a mí ponerse a hablar de los amores puros de los románticos después de haber echado un polvo.

- No te enrolles, y contesta mi pregunta.

- ¿Cuál de ellas, que ya me he perdido?

- ¡Otra vez!, ¿qué si me quieres sólo por mi cuerpo o también por mi forma de ser?

- ¡Ah!, pero se puede separar cuerpo y personalidad así tan tajante, ¿no forman todo un lote entremezclado?

- ¡Pues claro que sí!, tú, yo, todo quisqui, aparte de lo puramente material tiene una forma de ser, personalidad, espíritu o como tú quieras llamarlo totalmente independiente del cuerpo.

- La verdad, siendo ateo, se me hace muy cuesta arriba pensar en una personalidad sin cuerpo o al contrario en un cu...

- ¡Vamos a ver!, tú que valoras más en una persona el físico o...

- A mí lo que me importa es que la gente sea feliz, alegre, divertida y ...

- ¡Desde luego cuando te pones cabezón no hay quien te aguante!.

- ¿Pero por qué?, tú preguntas y yo te contesto.

- Sí, pero no a lo que te he preguntado.

- Tú eliges tus preguntas déjame a mi elegir mis contestaciones.

- Sí claro, yo te hablo de manzanas y tú me réplicas de peras, ¿así quieres tener una conversación?

- Pero es que tú eres muy jodía, siempre haces preguntas retóricas, con truco, capciosas o con la respuesta ya implícita, vamos que me acorralas.

- Vamos a ver, ¿cuándo me conociste que es lo primero que pensaste de mí?, se sincero.

- Pues, - pensándoselo un poco dejando colgada la última silaba – que tenías un culo y unas tetas de toma pan y moja.

- ¿Lo ves? – en un tono tajante.

- Vale, muy bien, ¿y tú que pensaste cuando nos presentó Sole? – aprovechando la ocasión para demostrarla que no se le había olvidado la primera vez que la vio y así ganar puntos.

- Pues que eras un tío interesante, raro, ingenioso, atrayente, eso sí un poco desgarbado y con muy mal gusto para vestir.

- ¡Toma ya!, yo soy el materialista porque me fijé en tu culo, y mira por donde la idealista me prejuzgó por la forma de vestir.

- ¡Yo no he dicho eso!, y además no es lo mismo fijarse en la forma de vestir que en las tetas y el culo.

- Por supuesto que no, el vestido es algo accidental, social e hipócrita, mientras que el cuerpo es algo consustancial a la persona.

- Fijarse en las tetas no es algo consustancial, como tú dices, más bien es una grosería.

- ¡Ya!, el que llevaba un escote hasta el ombligo y un palmo de minifalda era yo – no muy seguro al decir esto, en este caso no sabía si la memoria le hacía ganar o perder puntos, barruntaba que se estaba metiendo en un jardín de flores carnívoras donde ella quería meterle desde el comentario inicial al buscar el mechero, indudablemente estaba seguro de que la conversación la estaba llevando y ganando ella, cosa que no soportaba.

- No sólo eres un materialista, sino también un cerdo machista.

- ¿Machista yo?

- ¡Hombre claro!, ya me dirás que es un tío que sólo ve en las mujeres un reclamo sexual.

- ¡Pero, pero!, ¿qué dices? – ya si estaba seguro que esta conversación la perdería sin remedio.

- Yo no lo digo, lo has dicho tú – sabiendo que no había cosa que más le molestara que el que utilizaran sus propias palabras para rebatirle.

- Yo sólo he dicho que vi lo que era evidente para cualquiera.

- Evidente para cualquier machista que sólo ve tetas y culo en una mujer.

- Pero si yo hago la cama, la comida y la casa contigo.

- ¡Hombre, sólo faltaría!, ¿es que tú no duermes, comes y ensucias?

- ¡Pues entonces!

- Si yo no digo que sea culpa tuya, te han educado en una sociedad machista y quieras o no eso siempre sale.

- ¡Claro, claro!, por esa regla del tres tú también eres machista.

- No cuela, rico.

- ¿O es que a ti te educaron en una tribu de amazonas del alto Orinoco?

- No, pero el ser mujer me ha facilitado el rebelarme y desprenderme de toda esa miseria, esa herencia, ¡qué lo mío me ha costado!

- Resumiendo, ¿qué soy machista porque soy hombre, ¿no?

- No cambies las cosas, yo lo que digo es que los hombres lo tienen más difícil, no que sea imposible, con el machismo salís ganado, ¡niégame también esto!

- ¡Ah bueno!, porque tú y yo estamos a la par en esto.

- Decirlo es muy fácil, pero yo quiero pruebas.

- Vale, tú sales a seis libros o más por mes, ¿no?

- ¿Qué pasa?, ¿Qué leer es sólo cosa de hombres, como el coñac del anuncio?

- Déjame terminar, por favor te lo pido. Tú lees mucho más que yo y sin embargo no te oigo introducir citas de un autor o raramente comentarios literarios en una conversación.

- Porque no soy pedante como tú, que si lo haces, lo importante es leer y no el presumir de que se lee.

- Por supuesto que sí. Pero... – sopesando si soltar la bomba o no – sin embargo, sí que te arreglas y cuidas mucho la forma de vestir, el peinado y todo eso.

- Una cosa no quita la otra, o ¿debo ir echa un asco para demostrar que no soy una mujer objeto, una mujer florero?

- No, no, por supuesto.

- ¡Menos mal!

- Pero que curioso que no sientas vergüenza de realzar o presumir de tu físico y si lo hagas de tu intelecto, oye, mira tú por dónde.

- La culpa no es mía, nadie me mirará mal por realzar mi belleza, todo lo contrario, pero si me despellejarán si voy todo el santo día demostrando lo lista que soy.

- Pero no habíamos quedado en que tú no te sometías a la sociedad machista, ¿qué habías conseguido rebelarte y escapar por el hecho de ser mujer?

- No, perdona, el problema está en que tú partes de la base de que nos arreglamos para excitar a los hombres, y eso en si ya es un concepto machista de entrada. Y si yo me arreglo es para estar a gusto y contenta con mi propia imagen, nada más.

- Que casualidad que la imagen tuya que quieres dar o que te hace sentir bien y te da autoestima y demás, necesite de unos vaqueros que no te dejen respirar o de unas mariposas en los muslos de las medias donde nadie puede verlas. Curioso, de verdad.

- ¿Yo creía que te volvían loco esas medias?

- ¿No me soltaras ahora que te emperifollas para mí?

- Por supuesto que no, solo faltaría. Pero si no recuerdo mal esas medias me las regalaste tú, porque se las viste a una alumna y te gustaron mucho, que ya me dirás cómo se las viste...

- Pues le pasaba lo que a ti que al sentarse con la minifalda...

- ¡Jajajaja! – le cortó ella al verle ponerse todo rojo de rubor.

- Pues que sepas que me arrepiento de habértelas regalado, que el Antoñito también disfruta como un enano viendo las maripositas cuando minifaldeas.

- Pues que sufra el muy idiota mirando, si es que lo hace.

- El que sufre soy yo.

- Mira que eres idiota, el sólo puede mirarlas mientras que tú puedes tocarlas, acariciarlas, morderlas, lamerlas o lo que te apetezca disfrutar con ellas.

- Eso es lo que tenía que hacer, cuando él este mirando embelesado la mariposa, poner mi mano encima y acariciarla.

- ¡Jajaja!, di que sí, en plan machotes, como en un duelo, tú marcando territorio y diciendo esto es mío, chaval, tú ni mirarlo que te parto la cara, ¡jajaja!.

- Pues mira, ya sé que hacer la próxima vez que mariposees minifaldeando.

- ¡Ni se te ocurra!, ¡qué te mato!, no me montes numeritos con mis jefes por tus celos estúpidos, no me metas en compromisos que te temo.

- ¿En qué quedamos?

- Pero, además, ¿tú no eras el que se te llena la boca diciendo que te gusta que los hombres me miren por la calle?, que me vendías esa frase de que para ti era un orgullo, que no te molestaba lo más mínimo, que siempre pensabas “tú mírala todo lo que quieras que con él que se acuesta cada noche es conmigo” y que tenías demasiado ego para pensar idioteces de celoso de medio pelo sobre lo que pensaban los demás al mirarme, del tipo “que hará ese pibón con ese mequetrefe”.

- Sí, y eso es cierto, pero Antonio es caso aparte, digamos que le tengo un especial cariño.

- Ya salió de nuevo tu fijación con Antonio, si es que encima de machista celoso. Que no, que él no es el dios del amor.

- ¡Más le vale! no serlo.

- ¿Pero no es que nos amamos libremente?, que el amor sólo existe en libertad y demás teorías sobre el amor que me sueltas para no casarnos ni siquiera por lo civil.

- No, no, no, no te confundas, yo seré todo lo rojo, ateo, anarco y progre que tú quieras, pero lo del amor libre se lo dejo a los monos.

- Si, a los bonobos, ya recuerdo la charla del otro día que me diste sobre el sexo de los chimpancés. ¿De verdad que las hembras montan a los machos para darles los buenos días?, ¿no te lo habrás inventado?

- ¡Qué si pesada!, ya te lo he dije el otro día, falsas copulas, simulan montarlos, y por cualquier motivo, ellos viven en orgía continua.

- Eso tenemos que probarlo tú y yo.

- ¿Lo de vivir en orgía continua?

- No, lo de montarte en falsa copula para darte los buenos días, ¡jajajaja!.

- ¡Dios!, qué envidia de pene, que diría Freud, no te lames de la envidia de pene que te gastas.

- ¿Envidia de qué?, si yo con mi chocho tengo todos los penes que me apetezcan.

- Pues siento decirte, pero ni tú ni yo somos bonobos. Así que ajo y agua – sin entrar para nada en lo de su amenaza de promiscuidad no fuera a ser que el diablo enrede.

- ¡Qué si tonto!, si ya verás cómo te gustará que yo te monte, ¿no disfruto yo cuando tú me montas?, y además en mi caso sin ser falsa copula sino metiéndomela hasta el diafragma lo menos – diciéndole esto mientras le guiñaba un ojo, le lanzaba un beso y ponía el tono lo más zalamero posible.

- No, no hay trato, para nada.

- ¿No me vas a dar ese caprichito? - volviendo a zalamear y ronronear al preguntarlo.

- No hay caprichito que valga.

- Pues ya van dos, haré yo lo mismo, tenlo en cuenta.

- Lo que tú quieras, pero ni me metes el dedo en el culo, ni me montas en falsa copula.

- Pues a ti bien que te gusta metérmela en el culo, que no hay vez que repitamos que no me toque poner el culo.

- No es lo mismo.

- Claro que no es lo mismo, en mi caso sería un dedo finito y no el pedazo rabo tuyo. Que además siempre que me enculas esperas a tenerla lo más dura y gorda posible.

- Es que, sino no hay forma, tienes el culito aún muy prieto, ya ira dilatando con el tiempo.

- Pues aplícate el cuento a ti mismo, empezamos con mi dedo meñique – enseñándole el dedo – mira que finito y cortito y ya iras dilatando.

- No que eso debe doler mucho, Carmen, que no.

- A claro, y a mí no me tiene que doler, ¿no?, o si me duele que me aguante que para eso soy la mujer.

- ¡Pero qué dices!, si tu disfrutas como una perra, no hay más que verte como gritas, lo que dices y como meneas el culo.

- No te creas, que a veces te pones muy bestia y siento la piel del ano muy tirante y cualquier día de estos me haces un desgarro.

- ¡Hala!, exagerada.

- Ahora te estoy hablando en serio, en el momento que me hagas una fístula, un desgarro o una almorrana se acabó para siempre el darme por culo, gima, grite o menee el culo como si bailara la lambada, a mí menda no vuelves a follártela por el culo si me pasa eso. ¡Tenlo en cuenta!

- ¡Qué no me la das!, si a ti te gusta que te sodomice casi más que a mí.

- No, de veras, a veces me molesta, sin ir más lejos el otro día, cuando me decías que me sacabas el esfínter para fuera, ¿cómo se llamaba?

- Evaginación. Ya te dije que como cuando das la vuelta al dedo de un guante al sacar el dedo.

- Pues me sentí muy incómoda, fue muy desagradable.

- Fue desagradable la imagen mental que te hiciste de la historia al visualizarlo, pero no el hecho en si, si yo no te digo nada de lo del guante tú bien que estabas disfrutando hasta ese momento.

- Ya, pero, aunque notaste que no me gustaba no me la sacaste hasta que te corriste dentro, y tardaste un buen rato. Tú egoísta, sólo pensando en ti y en el placer que te da tu polla.

- No dijiste nada. Y nunca pienso en el placer que me da mi polla, sino en el que me da tu coño, o tu culo en este caso.

- Ya claro, y tú no notaste que me callé y me puse tensa, ¿no?

- Además la culpa fue tuya. Házmelo muy, muy despacito y descríbeme lo que ves, que yo no puedo verlo.

- Era por cambiar, siempre que me das por culo taladrándome a toda hostia, agarrándome del pelo como si fueran riendas, y dándome cachetes en las nalgas, como si fuera una yegua.

- No siempre es así.

- No cierto, otras veces mordiéndome el hombro, estrujándome los pechos hasta casi reventármelos o apretándome el cuello como si me estrangularas.

- ¡Joder!, que mal suena cuando lo dices así.


                                                     Continuara...