Un recuerdo del bochorno de aquel día viene a mi mente, como se perlaban gotas de sudor entre mis senos, dejando leves rastros húmedos, pero a la vez cálidos en mi piel. Me hubiera gustado saborear el salitre de esos torrentes que se precipitaban por mis pechos. Así comienzan mis recuerdos y la historia más fortuita y al mismo tiempo fugaz de mi vida.
Todo empezó con una sensación contradictoria, incomoda por
el agobio del calor mordiendo mi piel, pero al mismo tiempo placentera por la
sensación de frescor que dejaba mi propio sudor al evaporarse. Tirité
levemente, como si un tórrido escalofrío (como si esto pudiera existir) recorriera
mi columna vertebral de la nuca al comienzo de mis nalgas. Al mismo tiempo mis
pezones endurecieron de tal modo que su pujanza envistiendo contra la tela de
mi blusa me hizo sentir leves punzadas entre placer y dolor. Cerré los ojos,
llevé mis manos a las sienes, como si tuviera que sujetar mi cabeza para no
desvariar y perderme en una locura lujuriosa.
Suspiré levemente, desabroché dos botones de mi blusa y una
leve brisa sofocó el incendio sexual que ardía en mi pecho, dándome una tregua
miré a través de los cristales de la ventana como si intentara alejar mi
pensamiento de mi excitación sexual. El manchón verde de la copa de los arboles
refulgía en mis pupilas. El parque del Retiro consumía los últimos y rojizos
rayos de un cercano ocaso. Me asfixiaba en mi cuerpo que ardía de calor por
fuera y de pasión por dentro. Era absurdo, en los meses transcurridos de mi
separación, a pesar de mi abstinencia, nunca había sucumbido a esta maldita
danza libidinosa de deseos, necesidad y urgencias.
De pronto me sentí mal, absurda, ridícula, fuera de lugar;
como si hubiera vuelto a mi adolescencia cuando mi cuerpo no se acomodaba a mi
realidad, o viceversa, la realidad a mi cuerpo.
Esa sensación de pérdida de control de mi misma, que me hacía sentir
torpe, como si fuera un caracol marino sacado de su concha, reptando en un
mundo de cambios continuos, incomprensibles e intensos.
Me ahogaba en mi propia perplejidad, al tiempo que mi sexo
desbocadamente palpitaba y sentí la necesidad de huir. Un instinto fugaz, perentorio;
tenía que escapar de mi misma de alguna manera, como fuera. Volvió a mi mente
el verdor de los árboles del parque, como un espacio neutro que calmaría mi
ansiedad mental y mi lubricidad corporal. De pronto me vi junto a la valla sin
tener conciencia de haber bajado escaleras o ascensor alguno, como si una
discontinuidad en el espacio – tiempo me hubiera instantáneamente arrastrado
allí. La única huella de que no había
sido así, y de la existencia del calentón carnal, que fue el desencadenante de
todo; era la humedad pegajosa y almibarada que empapaba la tenue tela que
cubría mi vulva.
Al empezar a caminar por los senderos arbolados de sombras
alargadas ocurrió el prodigio de que mis sentidos se aguzaran. Oía las briznas
de hierba aplastadas según caminaba o era capaz de oler el acre perfume de las
flores metros antes de verlas, mi mirada captaba instantáneamente el movimiento
de todas las hojas de un árbol al mismo tiempo, como si ocurriera a cámara
lenta. Pero sobretodo, sentía mi cuerpo, pleno, tenso, en carne viva. El roce
de la minifalda en mis muslos lo sentía como intensos pero dulces latigazos de
fusta en ellos. Cada vez que la piel del interior de mis muslos rozaba entre si
uno contra otro era como si una pátina de mi piel se desprendiera y dejara al
aire el siguiente estrato de piel más sensible y delicado. Mis muslos chocaban
con levedad, pero el tornado de sensaciones placenteras era tan intenso como si
un millón de manos masculinas acariciaran al unísono mi entrepierna. Notaba mis
labios mayores tumefactos y como la tela de mi ropa interior se hundía
gozosamente en ellos. Mis senos, marcando el ritmo de mi deambular golpeaban
como desquiciados badajos de campana, contra el metal del tejido de mi blusa y
era capaz de sentir el sonido del roce de mis erectos pezones con cada paso.
En este estado de éxtasis sensual donde todo era un
atrayente abismo de deseo, humedad y locura; terminé por alcanzar el estanque
central del parque; en una pradera de césped se perfilaron, al principio
desdibujadamente, la silueta de dos jóvenes cuerpos recostados en ella.
Inmediatamente mi mirada quedo fija, como hipnotizada en ellos dos. No podía
dejar de mirarlos, como si lo único realmente existente en todo el universo en
aquel instante fueran sus dos cuerpos entrelazados. Ella sentada a horcajadas
sobre la pelvis de él, tapaba con el telón colgante de sus cabellos la cara de
ambos, en un anonimato que acentuaba su intimidad. Al mismo tiempo que el
movimiento suave y acompasado de sus caderas, buscando el máximo de fricción y
contacto, delataba que sus ávidas bocas entrelazaban lenguas y deseos
ensalivados. Él con sus dos manos empujaba las nalgas de ella marcando el ritmo
de esa falsa penetración, pero no por ello menos deseada y evidente en los
movimientos sordos de sus cuerpos.
Fue como si mi sexo se abriera de golpe, como una fruta
madura que revienta, hambriento y procaz, como si deseara engullir todo lo
existente hasta la línea del horizonte, pero sobretodo como si quisiera
devorarlos a ellos dos. Mi coño antropófago quería depositarlo sobre mis
entrañas, sentirlos dentro de mí, ser penetrada por la pasión de ellos. Tuve
que apartar la mirada de la pareja para evitar sufrir una combustión interna
espontanea, que partiendo de mi sexo incinerara todo mi ser. Y porque no
decirlo, para cumplir con las normas repudiadas, pero aun así inconscientemente
asimiladas, de la hipócrita educación recibida; que lleva grabado a hierro y
fuego indeleble que toda intimidad sexual ajena contemplada era una perversión
y abominación absoluta.
Aceleré el paso y la respiración, agotándome con unos pasos
largos y un deseo cada vez más profundo de liberar la tensión sexual que
humedecía y desmadejaba mi cuerpo. Vislumbré un quiosco entre las sombras de
unos plátanos y lo busqué como un refugio en el que sosegar mi cuerpo. Me senté
en un velador y el contacto del metal de la silla, frio y acerado contra mis
muslos y nalgas al descubierto al levantarse la minifalda, calmaron el volcán
que entraba en erupción en mi entrepierna. Esto me permitió tomar conciencia de
mi misma y mi situación, poder pedir una copa de vino tinto sin que se notase
ansiedad entrecortada en mi voz y encender un cigarro, y con caladas profundas
llenar mis pulmones de humo y tranquilidad.
Al sentir en el paladar el ácido y fresco regusto del caldo
granate, disperse la vista por el resto de mesas, intentando relajarla con una
mirada vacía al infinito, para conseguir calmar el encabritado palpitar de mi
monte de Venus, que mis músculos enervados y contraídos se relajaran volviendo
a su laxitud habitual, pero el efecto conseguido fue exactamente el contrario
al buscado.
En frente de mis rodillas temblorosas, en la mesa contigua,
se encontraba un hombre vestido de negro con los ojos ocultos detrás de las
tapas de un libro en un idioma distinto al mío, a primera vista probablemente
en catalán. Una media melena castaña enmarcaba una bronceada frente que
denotaba una intensidad en la lectura. Unos dedos finos, largos y elegantes,
rematados en unas pulcras uñas sujetaban con concentrada virilidad las pastas
de color verde con tafiletes dorados. Un
cuerpo musculado y bronceado, sin exageración en ninguna de las dos cosas,
indicaba una personalidad preocupada no solo por lo intelectual sino por lo
físico.
Me sentí como una polilla alrededor de la luz de una
bombilla, al no poder dejar de observarle. Al principio con miradas cortas y
evasivas, que cada vez se iban convirtiendo en una curiosidad obsesiva, hasta
terminar siendo una unión hipnótica. Volvió la agitación a mi cuerpo de golpe,
como una gigantesca sucesión de olas que golpearan contra el acantilado de mis
pechos.
De pronto el levantó su verde mirada y sonriendo se fijó en
mí. Mis entrañas de licuaron y llegue a creer que toda yo me convertía en un
océano, cálido, profundo y misterioso. Aparté la mirada de una manera infantil
e indiscreta, como si con ello fuera a desaparecer súbitamente.
Todo lo contrario sucedió, un intenso olor a colonia
masculina, con leves pinceladas de olor a madera de cedro, alcanzó las agitadas
aletas de mi nariz y una súbita explosión en mi entrepierna me hizo liberar
todo el pudor y desear con todas mis fuerzas un próximo y prometedor
orgasmo. A continuación, le siguió el
profundo sonido de su voz, con unas eles liquidas que confirmaron el acento
catalán intuido en el título de su libro, pidiéndome un cigarro. Saqué un
pitillo del paquete y al entregárselo en silencio, las yemas de él rozaron
tenuemente el dorso de mi mano y una electrizante descarga recorrió mi
antebrazo, mi clavícula y mi pecho, incrustándose allí como la más dulce de las
caricias.
Se disculpó por no tener fuego, y al acercar yo la llama de
mi mechero noté la frescura de sus labios sobre el filtro y deseé abalanzarme
sobre ellos y saciar mi sed y apetitos. El debió notar algo porque sonrió y
descaradamente miró mi escote fijándose en la orondez de mis pechos que
marcaban un turgente desfiladero, por el cual se despeñaron sus pupilas. Todo
se aceleró, se volvió confuso, en una conversación de trivialidades en la cual
intercambiamos afinidades fingidas y datos superfluos pero todos cargados de
una segunda intención. La charla se prolongó con risas, copas y miradas en una
complicidad in crescendo . Todo se
hizo fácil, los minutos galopaban al ritmo de unos latidos de mi corazón que
parecían un redoble de tambor. Nos
deseamos y nos entregamos mentalmente con una intensidad que me dolían las
pestañas de tanto mirarle. Reí cada ocurrencia suya intentando ser discreta al
tiempo que sensual. Puse todas mis armas de seducción en juego consiguiendo ser
encantadoramente deleitable.
Insistió en pagar en la barra y al regresar jugueteaba con
el llavero y su correspondiente llave entre sus dedos. Cuando llegó a mi altura
me dijo: “¿Quieres conocer el lugar más recóndito de este sitio? “. Asentí sin
pensar en intenciones ni lugares, sino simplemente en su compañía. Cogió mi
cintura y me llevó a almacén trasero del quiosco que abría la juguetona llave.
Encendió la luz, cerró la puerta, cogiéndome por la cintura me acercó a él
mientras una sonrisa pícara reinaba en su cara, subió las a dos manos a mis dos
pómulos pegando su cuerpo al mío y noté el abultamiento de su entrepierna
cuando metió su pierna entre las mías, presionando mi sexo ya preparado hace
tiempo. Sentí como mis pezones, como punzones de hielo, se clavaban en el pecho
de él, mientras acariciando mi espalda me apretaba contra sus brazos y
mirándome a los ojos su boca busco la mía.
Noté sus labios húmedos sobre los míos y abrí levemente mi
boca, inmediatamente su lengua serpenteo buscando la mía, enlazándose en un
movimiento suave, saboreé por primera vez la miel de su boca. Fue un beso
profundo, como interminable, mientras giraba su cabeza para abarcar toda la
profundidad de mi garganta. Al tiempo que bajaba las manos a mis nalgas por
encima de la falda abarcándolas con toda la amplitud de las palmas de sus manos
y amasándomelas deliciosamente. La tela de mi falda gemía frunciéndose al mismo
tiempo que lo hacían mis labios. Empezó a mordisquearme el labio inferior,
mientras sus manos bucearon por debajo de mi falda jugueteando con la
cinturilla y el borde de mis bragas hasta que introdujo sus dedos por debajo de
ellas, asió fuertemente mis dos nalgas juntando mi pelvis contra la suya para
que notara la dureza de su erección. Yo empecé a mover en círculos mi culo para
frotar con mi sexo el abultamiento que notaba crecer más y más en sus
pantalones.
Comenzó a besarme los lóbulos de las orejas, mientras que
con habilidad desabrochaba los botones de mi blusa y me despojaba de ella. Mientras,
bajaba por mi cuello besándome y dejando rastros de su saliva con la punta de
su lengua, me desabrochó el sujetador y liberó mis tetas con las areolas
totalmente abultadas y los pezones tan erectos y duros como si estuvieran
tallados en mármol. Separó su cuerpo del mío que deleitarse mirándome las tetas
turgentes y duras, momento que yo aproveché para desabrocharle la camisa y
quitársela. Acaricié su pecho notando los latidos desbocados de su corazón,
jugueteé a enredar el vello de su pecho haciendo tirabuzones con mis dedos y
terminé pasándole las uñas por su torso.
Mientras humedecía con sus besos y lametazos mis clavículas
y hombros cogió fuertemente mis pechos, poniéndome los pezones en punta, yo
suspiré de placer y perdí mis dedos en el cabello de su cabeza, disfrutando del
momento. Era evidente que mis pechos duros y suaves le gustaron tanto que
demoró seguir bajando con sus besos, y se entretuvo en juntármelos,
separármelos y sopesarlos abarcándolos con sus dos manos dejándolas muertas debajo
de ellas. Yo notaba el tacto de las yemas de sus dedos y me estremecí gimiendo
y besé su cuello y sus hombros. Por primera vez saboreé el salitre de su piel,
me volví loca y creía que mis tetas iban a explotar de lo empitonado que se me
pusieron los pezones. Él lo notó y empezó a hacer círculos con sus dedos
alrededor del borde de mis areolas, acariciando uno a uno los bultitos de ellas
que rodeaban mis pezones.
Primero rozó levemente con la punta de sus dedos mis
pezones, luego me los hundía apretando fuerte hacia dentro, me los pinzaba
entre dos de sus dedos, me los giró como si sintonizara una radio antigua, me
los pellizcó y por último tiró de ellos hasta que se escaparon de sus tenazas.
Yo entré en un paroxismo de éxtasis, le mordí el hombro y le clavé las uñas en
su espalda, recorriéndola de abajo a arriba.
Empezó a besarme los senos, en círculos alrededor de mis
pezones sin llegar a tocarlos, hundió su nariz en el canalillo de mis tetas
besándomelo y yo aproveché para agarrarle las cachas de su culo y notar su
fibrosa dureza. Le atraje de golpe contra mí, empujando de sus nalgas para
sentir el topetazo de su verga contra mi ávido coñito ya totalmente húmedo. Por
fin hizo presa con sus labios en mis pezones alternativamente, mientras sus
manos me bajaron las bragas hasta cerca de las rodillas, y contoneando mis
caderas conseguí que cayeran hasta los tobillos y saqué los pies de ellas.
Entonces se puso a golpearme los pezones rítmicamente con la punta de su
lengua, embadurnándolos de su saliva. Su mano ahuecada abarcó toda la longitud
de mi sexo y me lo acarició levemente de arriba a abajo y yo mojé sutilmente
con mi flujo vaginal la palma de su mano.
La ternura suave de pronto se convirtió en fiera urgencia y
mientras me mordisqueaba los pezones apretó todo lo que pudo mi coño como si
quisiera arrancármelo. Empezó a succionar y mamar compulsivamente de uno de mis
pezones, mientras con una mano me retorcía el otro y con el dedo índice de la
otra empezó a recorrer mis hinchados labios mayores, que lentamente se abrieron
para albergarlo. Inmediatamente noté como lubricaba copiosamente mientras él
buscaba el capuchón de mi clítoris, lo liberó erecto, al rozármelo lancé mi
primer pero no último grito. Acarició en círculos y longitudinalmente mi
clítoris hasta que tumefacto e hinchado brillaba con un rubí, rojo e intenso.
Buscó con su dedo la abertura de mi coño y muy lentamente lo hundió dentro, que
ávido por ser penetrado lo devoró. Sentí culebrear su dedo en mi vagina rozando
el licuado y sonrosado epitelio vaginal. A continuación, introdujo dos dedos y
yo apreté lo músculos en mi bajo vientre para sentirlo más intensamente.
Mientras bajaba besuqueando hasta el ombligo, masajeó hábilmente el tendón
entre mi coño y mi ano.
Siguió bajando, pero sus labios evitaron mi sexo, besando,
lamiendo y mordisqueando la cara interior de mis muslos, donde mi piel es más
fina y suave. Simultáneamente introdujo su dedo corazón en mi ano. Me esfínter
se cerró sobre sus nudillos como si quisiera estrangularlo, al tiempo que mis
caderas se contoneaban de puro goce en círculos y yo echaba la cabeza hacia
atrás y profería un aullido de placer. Incrementándose mi lubricación empezó a
besuquearme los labios mayores, que temblaban y se abrían levemente. Con dos
dedos abrió mi coño y contemplé como se quedaba extasiado mirando el interior
sonrosado húmedo y brillante del mismo, mientras yo abría mis piernas todo lo
que podía facilitarle la labor. Besándome el interior de mi chocho yo notaba
como el almizcle de mi sexo embadurnaba toda su boca. Él lo saboreó como si
fuera pura melaza, me gustaba ver como se bebía mi néctar sexual.
Al lamer mis labios menores de abajo a arriba, terminó por
golpear con su lengua mi clítoris macilento. Luego continuó haciendo círculos
con su lengua alrededor de mi pepitilla.
Después, succionó, para terminar atrapándola con sus dientes. Yo creía
que no podía sentir más placer hasta que giró su cuerpo, introdujo su boca con
su barbilla rozando mi clítoris y se dedicó a darme un beso negro mientras sus
manos separaban las cachas de mi culo. A continuación, introdujo
alternativamente su lengua en mi coño y orificio anal. Yo en mi locura desatada
le agarraba la cabeza empujando todo lo fuerte que podía, para sentir más
profunda la penetración de su lengua en mis orificios.
Decidí que iba a recompensarlo por su habilidad comiéndome
el coño y cuando tuve mi primer orgasmo y le llené toda su cara del líquido que
fluía torrencialmente de mi vagina, separé su cabeza de mi entrepierna, incluso
tirándole del pelo, hasta ponerle de pies y arrodillarme yo hasta quedar mi
boca a la altura de su bragueta. Empecé a manosear su paquete por encima del
vaquero, notando su pujanza y como aumentaba su tamaño hasta que creí que le
iba a salir el capullo por encima del borde de pantalón. Desabroché el botón,
bajé la cremallera, y para mi sorpresa no llevaba ropa interior y me lancé a
besuquearle su erecta polla de arriba a abajo, mientras cogía con mis manos sus
cojones y primero los sopesaba y a continuación se los apretaba todo lo que
podía hasta que él gritó y relajé el apretón.
Cogí su miembro viril con mi mano y con un fuerte tirón le bajé la piel
de su prepucio descapullándole. Apareció su glande, hinchado, brillante como un
ciclope de un solo ojo, que me miraba fijamente, deleitándome en ello. Asiendo
su pollón por la base lo apreté todo lo fuerte que pude viendo cómo se
hinchaban las venas de toda su verga, cuando empezó a cambiarle el color de su
glande, poniéndose levemente morado, solté y le besé tiernamente el meato. Él se
relajó y gimió, aproveché el momento para introducir su capullo en mi boca y
con los dientes ir apretando en su glande hasta que el no pudo más y cogiéndome
por los cabellos de mi cabeza me separó.
Las marcas de mis dientes quedaron dibujadas en su polla y
cuando desaparecieron empecé a mamársela aumentando el ritmo y la frecuencia
mientras le clavaba mis uñas en sus nalgas. Al conseguiré que tuviera todo el
rabo brillante con mi saliva, me dedique a juguetear con mi lengua en su
capullo, a golpearle con la punta en su orificio como si quisiera meterla
dentro. Él empezó a mover su trasero en círculos de puro placer. Yo
intencionadamente introduje bruscamente mi dedo en su culo y aun aumentó su
erección más, empecé a meterme su miembro hasta sentirlo en lo más profundo de
mi garganta y solo retirarlo cuando los amagos de arcada marcaban el límite de
mi mamada. Volví a morderle la polla, y mientras con una mano le pellizcaba el
escroto y con la otra le masturbaba la base fieramente hasta que el roce enrojeció
y calentó su piel.
Saqué su polla de mi boca y disfruté viendo como desde el
capullo se deslizaba hilos de saliva colgando hasta gotear. Volví a succionarle
la polla y le metí de improvisto dos dedos en su culo girándolos en círculos
masajeándole la próstata hasta que su verga tembló y eyaculó en mi boca un
copioso y cauterizante chorro de semen, que llenó toda mi boca. No me lo trague
de inmediato, sino que jugueteé sacándolo entre mis labios y embadurnando su
cipote con él, para luego volver a lamer los restos. Momento en el que el
volvió a correrse hinchándose su polla en mi boca palpitando y escupiendo su
lefa con tal fuerza que directamente me llegó a mi garganta y bajó por ella
quemándomela, como cuando tomo el chupito de tequila más fuerte.
Tras correrse me levanté y le bajé los pantalones hasta los
tobillos, para que el sacara los pies.
Una vez liberado me empujó bruscamente contra unas cajas de vino y quedé
sentada en ellas al tiempo que separó mis rodillas tanto que llegaron a dolerme
las ingles. Inmediatamente apoyo su polla contra mi coño y de un empujón seco y
fuerte me la clavó entera abriéndome las entrañas de golpe. Notaba mi carne
palpitando contra el hierro candente que se clavaba en mi vientre. Llegó tan
profundo que pensé que me atravesaría, y el sonido de su pelvis cuando golpeó
mi monte de Venus tan violentamente me sacó de quicio, dejó su polla dentro
quieta un rato, como si quisiera disfrutar del momento; a continuación, empezó
una serie de brutales envestidas perforando mi coño si contemplación, mientras
se abalanzó sobre mis tetas y las mordió marcándolas. De vez en cuando sacaba
su polla y golpeaba con ella el clítoris para volver a metérmela salvajemente
de nuevo.
Mis labios enrojecieron, pero yo disfrutaba y arqueé mi
cuerpo para ver como su polla me perforaba como si fuera un taladro. Me follaba
tan duro que me dolían los muslos, las ingles y notaba como mi vientre se
hinchaba al darme sus pollazos, como si un alíen en forma de gusano avanzara
por debajo de mi piel. Me estaba jodiendo
bien fuerte. Cogió mi melena por la nuca y tiró hacia atrás al tiempo que me
dijo: “¿Te gusta zorra como te follo?” y yo contesté: “¡Sí, cabrón, empótrame
hasta destrozarme coño! “. Él me dio un fuerte pollazo que mis tetas no solo
bambolearon como hasta ahora, si no que mis pezones casi golpearon mi cara. Y
aprovechó para besarme y morderme el labio inferior hasta que manó la sangre,
partiéndomelo. Yo respondí mordiéndole un pezón todo lo fuerte que pude, hasta
que de un empellón me separó y empezó a golpearme y fustigarme las tetas con su
mano, cuando no a estrujármelas y retorcérmelas como si quisiera arráncamelas,
sin dejar de bombear a mil por hora su verga en mi irritado coño. “! Así
cabrón, fóllame así, no pares ¡”, le dije, y él respondió: “!Te gusta zorra,
que puta eres y como me pone que lo seas!”, y continuó diciendo: “¡Voy a hacer
de ti la mujer más putón del universo!” y me soltó un par de bofetones en las
mejillas. Sacó su polla goteando con la
lubricidad de mi coño y cogiéndome del pelo me obligó a girar y ofrecerle mi
culo en pompa. Empezó a acariciarme las nalgas para a continuación golpeármelas
hasta que enrojecieron y quedaron sus dedos marcados en blanco en ellas, para
pasar a continuación a un color cárdeno.
“!Te gusta!”, dijo, mientras que de un empellón volvió a
ensartarme su polla en mi coño, con tal fuerza y violencia que mi frente golpeó
contras las cajas. Prosiguió empujando tan fuerte su rabo contra mi sexo que me
clavaba los bordes afilados de los envases en los muslos. Oí como se chupaba un
dedo y sin dejar de joderme me lo metió en el culo y empezó a girarlo en todos
los sentidos para dilatar mi esfínter. Mientras lo hacía culeaba en todas
direcciones para que su pene rozara bruscamente el interior de mi coño en todas
direcciones, incluso cogía mi melena como si fueran las riendas de una yegua;
girando su culo en círculos mientras con la otra mano golpeaba mis nalgas como
si arreara una caballería.
Cuando consideró que mi esfínter anal había dilatado lo
suficiente por haber introducido dos dedos, los sacó, y dejando caer un hilillo
de saliva de su boca lubricó mi culo. Asiendo la base de su polla sitúo su
glande sobre la abertura de mi ano, y de un fuerte golpe de caderas me la clavó
hasta que sus cojones golpearon mis nalgas. Me rompió el culo de tal manera que
recordaría este momento por muchos días al sentarme. La sacó también con tal
brusquedad que mi esfínter se evaginó como el dedo de un guante al que se le da
la vuelta. Me embestía dándome placer y dolor al mismo tiempo, y llevándome a
un nuevo orgasmo, que arqueó toda mi espalda, erizó todos los pelos de mi
cuerpo y un fuerte latigazo eléctrico que nació en mi culo perforado recorrió
todo mi ser hasta salir en forma de grito por mi boca.
Al notar que la fricción de su polla en mi culo aumentaba
peligrosamente la temperatura, sacaba su pene de mi ano y la refrescaba
lubricándola en mi coño. Así estuvo un buen rato como si fuera una máquina de
coser que daba puntadas ahora en mi coño, ahora en mi culo. Me temblaban las piernas
y todos mis sentidos estaban abiertos de par en par, tanto que oí como rasgaba
una caja de vino. Confirmé mi apreciación al notar el gélido roce del vidrio de
la boca de una botella introduciéndose en mi culo. Al ir aumentando
progresivamente el diámetro del cuello de la botella según se introducía yo
pensé que me lo destrozaba. Mientras seguía clavándomela por el coño. Yo creía
que moriría de placer y únicamente era capaza de gritar: “Así, así más, no
pares”. De pronto él se quedó rígido con su polla lo más profundo de mis
entrañas y sentí como palpitaba y se hinchaba, y una explosión de semen cálido
y abundante inundaba todo mi interior; inmediatamente yo tuve mi tercer orgasmo
y mi coño empezó a boquear apresando su polla como si quisiera succionar más
lefa.
El sacó su enrojecido miembro de mí, me giró y las últimas
gotas de semen las dejó caer sobre mis mejillas. “Límpiame la polla al tiempo
que degustas el sabor de tu coño y tu culo”, dijo al mismo tiempo que me metía
la verga en la boca. Fue un coctel triple de semen, fluido vaginal y acres
punzadas de heces el que paladeé. Sacó su polla toda húmeda de mi saliva y
haciéndose una paja cubana con mis tetas puestas en punta con sus manos se la
secó. Yo quedé jadeando sobre las cajas mientras él sonreía y se vestía. Cuando
recuperé el resuello me vestí yo y sin decirle nada abandoné el almacén
llevándome como única despedida un fuerte manotazo en el culo dolorido que en
un punzazo me recordó lo recién sucedido.
Desde aquel día no puedo evitar que, en mis frecuentes
paseos por el Retiro, cada vez que veo la puerta trasera del almacén del
quiosco mis comisuras se arqueen tanto de mis labios verticales como
horizontales recordado el polvazo que aquel ocaso que liberó toda la lujuria
que me carcomía por dentro y así pude dormir plácidamente hasta después del
mediodía. No volví a verle nunca más, ni siquiera supe su nombre, ni él el mío,
fue un encontronazo que terminó por romper las ataduras de la melancolía que
debido a la ruptura con mi pareja me tenia bloqueada. A partir de esa fecha
volví a poner en circulación mi vida sexual, que había quedado en barbecho y la
recuperé tan satisfactoriamente y plenamente que este episodio fue uno más de
los que viví a continuación sin destacar de ellos, salvo por la anécdota de que
fue el punto de inflexión. Del resto de mis aventuras amorosas no contaré nada
más, ¿o sí?, ¿quién sabe?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario