Cuando empezaron a alimentar a la hija con biberones y
hasta que se le cortara a ella la leche, el pediatra les proveyó de una perilla
de goma elástica unida a una especie de trompetilla de cristal, algo similar
según Tomás a la que usaba Harpo para hablar, el hermano mudo de los Marx. Con
la que hacer el vacío acoplando el extremo de cristal en el pecho de ella y
extraer el blanco líquido que quedaba en un redondeado depositó de cristal,
cuando no pudiera soportar más el dolor de sus senos por la acumulación de la
leche.
Supuestamente tenía que ir espaciando las extracciones a un
ritmo adecuado hasta que cesara la producción de leche, ni excesivamente lento
de forma que diera lugar a que la leche se acumulara y pudriera agriándose en
sus pechos por falta de extracción, ni excesivamente rápido de forma que el
pecho siguiera produciendo leche como si siguiera la lactancia.
Ella intentó usar la trompetilla de Harpo Marx un par de
veces, pero le producía dolor, pues el efecto ventoso de la succión era muy
fuerte y molesto, y por otra parte se sentía de lo más ridícula haciéndolo. En
el segundo intento estaba Tomás delante, mirándola con curiosidad no
disimulada, lo cual acentuaba la sensación de ridículo de ella. Harta de sentir
los pechos doloridos, por la presión de la leche y la succión de aquel aparato
infernal, y además ridícula haciéndolo, en un momento de irritación tiró el
succionador lácteo al suelo diciendo que ya no aguantaba más. La parte de
cristal se hizo añicos saltando en mil trozos cortantes y únicamente quedó
indemne la perilla de goma del extremo.
Tomás inmediatamente se puso en cuclillas recogiendo
cuidadosamente en sus manos los trozos de cristal del suelo a los pies de ella.
Carmen desde la altura de su posición sentada, con ambos pechos fuera de su
blusa observaba como él delicadamente y minuciosamente buscaba entre sus
piernas los trozos de cristal.
Cogiéndole la cabeza entre sus dos manos le dijo que dejara
eso y le llevó suavemente sus labios a sus pezones. Como ella imaginó él empezó
a succionar levemente, suavemente, con toda delicadeza, ella sentía como sin
ningún dolor, sino más bien con placer, sus pechos liberaban la leche
lentamente en la boca de él.
Era infinitamente mejor la boca de Tomás que el succionador
para solucionar sus problemas lácteos, aunque no dejaba de tener sus pequeños
contratiempos. El primero de ellos que con su barba y bigote le producía
molestas cosquillas en sus pechos, no hubo mayor problema, en cuanto se lo
comentó a Tomás él por primera vez en su vida desde que le conocía se afeitó
completamente el rostro, y lo que es más, lo hizo de una manera festiva,
dejando que fuera ella la que le afeitara en una especie de ritual de besos,
cuchillas y risas.
Otro contratiempo de fácil solución era que Tomás se
excitaba sexualmente con la mamada, y de una manera muy evidente, ella lo notó
inmediatamente en la primera ocasión, pues notó el empuje viril de su fuerte
erección contra su muslo cuando le hizo pasar de uno a otro pecho, y para su
mayor comodidad él cruzó las piernas con las suyas. Ninguno dijo nada, ni hizo
nada en esa primera oportunidad, quizás pensando que no era la ocasión ni el
momento de decir o hacer nada.
Tampoco tuvo que hacerlo Tomás en la segunda ocasión ni en
las sucesivas, pues directamente tomó Carmen la decisión. Le pareció que tenía
cierta connotación telúrica o ancestral, como de vuelta a los instintos más
primitivos y misteriosos de un rito de fertilidad pagana, el que intercambiaran
sus fluidos corporales de color blanquecino, él bebiendo con sus labios
faciales de sus pechos y ella succionando con sus labios genitales de su sexo.
La segunda vez que ella necesitó aligerar la presión de sus
senos ritualizó el proceso, apagó la luz, encendió velas perfumadas por todo el
suelo de la habitación de la que había apartado los muebles, dejando un gran
espacio vacío central en el que trazó un circulo con ellas; quemó varillas de
incienso y sándalo en las cuatro esquinas de un cuadrado imaginario que cercara
externamente al círculo; tapizó el suelo que encerraban las velas primeramente
con un par de mullidas mantas y sobre ellas esparció todos sus pañuelos de
seda; compró rosas rojas y deshojó sus pétalos encima de la seda, no
pareciéndola suficiente roció con el perfume habitual en ella, una marca
francesa cara y supuestamente afrodisíaca, todo el lecho de pétalos; puso
música a volumen muy suave de sitar hindú en la cadena musical, dejando que los
sonidos exóticos envolvieran en su melodía dulzona y lubrica el ambiente;
desgranó una roja y jugosa granada situando sus preciados rubís traslucidos en
un cuenco de acero a un lado del lecho improvisado, descorchó una botella de
chianti y la situó al lado de la fruta; al otro lado situó una serie de aceites
balsámicos a base de menta y romero, fragantes a la vez que tonificantes, pensó
oliendo los taponcitos de los envases; se desnudó poniéndose de rodillas en
medio del altar para el amor que había construido, alzó los brazos lateralmente
disponiendo las manos horizontalmente como si con ellos dibujara un ánfora
griega, y cuando sintió en sus senos erguidos y pujantes la erección de sus
pezones ante la excitación del momento, hizo la señal convenida para que
entrara Tomás totalmente desnudo desde la otra habitación en la que esperaba.
La erección suya fue instantánea al verla como una diosa de
la fertilidad en su altar, ella le situó de rodillas en frente suya
permaneciendo ambos en un silencio místico, casi sagrado que duró todo el
tiempo en que se desarrolló el rito. Obligándole a asumir una postura con los
brazos idéntica a la suya cuando él entró en el círculo, le ungió todo su
cuerpo, incluido su sexo con los aceites balsámicos mientras le daba un
vigoroso masaje al tiempo que le besaba y lamía toda la superficie de su piel,
una vez hubo terminado le dio a él los frasquitos de los aceites balsámicos y
adoptó con sus brazos la misma postura mientras él repitió el proceso en el
cuerpo de ella. Se alimentaron mutuamente introduciendo suavemente los granos
de rubí de la granada con las yemas de los dedos en los húmedos labios del
otro, deleitándose en dejar los dedos dentro de la boca y sacándolos lentamente
mientras el otro los besaba. Bebió ella un trago pequeño del chianti y
acercando su boca a la de él escanció el vino en su boca mientras se besaban,
él repitió la misma operación.
Ella le empujó con sus manos de ambos hombros sin dejar en
ningún momento de mirarle fijamente a las pupilas hasta que le tumbó en el
lecho de pétalos y seda dejando verticalmente inhiesto su sexo, se incorporó
levemente lo necesario para cruzar una de sus piernas sobre el tronco de él,
sin dejar de mirarlo a los ojos, mientras su melena caía vertical sobre el
rostro de él velándolo por todos los lados, cuando estando a horcajadas sobre
las caderas de él notó que el sexo duro y ávido de Tomás rozaba su vulva cogió
uno de sus pechos y lo acercó a los labios de él. Sincronizando el movimiento
de su cadera y de su pecho consiguió que su pezón y el sexo de él se
introdujeran al mismo tiempo es su vagina y en la boca. Cabalgó lentamente
sobre el sexo de su pareja mientras este le mamaba ambos pechos liberándola de
la carga de su leche. Cuando notó que se vaciaba el último de sus senos, antes
de que esto ocurriera, sacó el pezón de la boca, apretó con sus manos el pecho
haciendo que manase un último chorro de leche que en parábola cayó sobre la
cara de él, que inmediatamente al verlo eyaculó en el interior de su cuerpo,
jadeando se tumbó sobre el cuerpo de él, entrelazando sus lenguas, brazos y
piernas, frotándose hasta que se consumieron las varillas de incienso y sándalo
y la pasión.
A partir de entonces cada liberación de la leche de los
pechos de Carmen se convirtió en un acto sexual en el que ella montaba a
horcajadas en el suelo a Tomás mientras este mamaba, pero sin volver a repetir
nunca más el ritual de la primera vez, que quedó en el recuerdo de ambos como
un hito sexual importante de su vida en pareja. Simplemente ella se sacaba las
tetas y se ponía de rodillas en el suelo de la habitación en la que estuvieran,
Tomás inmediatamente se tumbaba en el suelo y en cuanto veía rezumar la primera
gota de leche de los pezones de ella tenía una erección instantánea, ella le
montaba y comenzaba el proceso de la doble succión.
Tomás disfrutaba de una manera espectacular; según él,
remedando la cancioncilla ridícula de verano de hacía muchos años, “tres cosas
hay en la vida; el sexo, la comida y el alcohol; el que tenga un jamón; que lo
cuide, que lo cuide; la cerveza y el semen; que nos los tire, que no los tire”,
y sin proponérselo ni buscarlo había conseguido satisfacer en un único proceso
los tres placeres; follaba, bebía y comía al mismo tiempo, amplificaba sus
orgasmos uniendo los tres placeres básicos que más le alegraban la vida. Le
comentaba a ella que su leche era más dulce y menos grasa, menos espesa que la
de vaca, quiso que ella la probara, pero se negó, debió pensar que era algún
tipo de sacrilegio contra la naturaleza de las cosas el hacerlo. El no veía la
hora en que ella se sacara los pechos y se pusiera de rodillas en el suelo.
Ella por su parte disfrutaba tanto o más que Tomás,
aliviaba de una manera muy placentera y suave la presión de sus pechos en vez
de la lastimera forma en que lo conseguía con el succionador, por otra parte
ella marcaba el ritmo y candencia de la penetración al estar situada encima, e
incluso el de la mamada, pues él acoplaba sus succiones al compás de las
caderas de ella, y controlaba la finalización del proceso a su antojo
absolutamente, pues bastaba que ella sacara el pecho de la boca y apretándoselo
hiciera salir un chorro de leche, para que él miméticamente e instantáneamente
se vaciara dentro de ella.
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