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Quien soy y que pretendo...



Quien soy y que pretendo...

Soy Mesalina, de vuelta del abismo del Tártaro en el Hades en forma de súcuba relapsa para tentar a todos los varones, y al mismo tiempo de íncubo apostata para seducir a todas las mujeres, de este nuevo mundo lleno de lujuria y perversión. Morí prematuramente joven y he resucitado para cumplir todo aquello que dejé pendiente.

Si mi nombre quedó en la historia romana del siglo I como sinónimo de prostituta, ramera, meretriz o felatriz; os juro que estaré a la altura de mi fama previa y satisfaré de nuevo mi lujuria aprovechándome de todos los medios a mi alcance, incluido este maravilloso, a la par que libidinoso, universo virtual.

Ya que el célebre bardo Décimo Junio Juvenal, en su poesía satírica, manifestó su ingenio y mi procacidad, sosteniendo que en los suburbios del Suburra yo adoptaba el mote de Liscisca o mujer-loba, para prostituirme; enviciando y pervirtiendo por dinero a todos mis conciudadanos, vendiendo mis favores. He regresado ahora para enviciar y pervertir gratuitamente a los visitantes de este lugar, para desbaratar el infundio de que mi móvil era el vil metal y no el probo vicio. Por eso uso aquí también mi mote, para limpiarlo de semejante afrenta.

Otrora conseguí vencer a la furcia más famosa de la ciudad eterna, ganándola en leal competición, y derrotándola al satisfacer a doscientos hombres en una única noche; sin distinguir entre patricios, plebeyos, esclavos, soldados, gladiadores, senadores, cónsules o actores. No he de cejar ahora hasta conseguir la eyaculación y la lubricación orgásmica de todo aquel o aquella que se aventure en la lectura de es impúdico sitio; sean estos cientos, miles o millones.

Esa soy yo, Valeria Mesalina alias Liscisca, hija del cónsul Marco Valerio Mesala y por supuesto ninfómana; y estas son mis intenciones.


miércoles, 3 de mayo de 2017

Tomas y Carmen Una historia sicalíptica parte IV




Cuando empezaron a alimentar a la hija con biberones y hasta que se le cortara a ella la leche, el pediatra les proveyó de una perilla de goma elástica unida a una especie de trompetilla de cristal, algo similar según Tomás a la que usaba Harpo para hablar, el hermano mudo de los Marx. Con la que hacer el vacío acoplando el extremo de cristal en el pecho de ella y extraer el blanco líquido que quedaba en un redondeado depositó de cristal, cuando no pudiera soportar más el dolor de sus senos por la acumulación de la leche.

Supuestamente tenía que ir espaciando las extracciones a un ritmo adecuado hasta que cesara la producción de leche, ni excesivamente lento de forma que diera lugar a que la leche se acumulara y pudriera agriándose en sus pechos por falta de extracción, ni excesivamente rápido de forma que el pecho siguiera produciendo leche como si siguiera la lactancia.

Ella intentó usar la trompetilla de Harpo Marx un par de veces, pero le producía dolor, pues el efecto ventoso de la succión era muy fuerte y molesto, y por otra parte se sentía de lo más ridícula haciéndolo. En el segundo intento estaba Tomás delante, mirándola con curiosidad no disimulada, lo cual acentuaba la sensación de ridículo de ella. Harta de sentir los pechos doloridos, por la presión de la leche y la succión de aquel aparato infernal, y además ridícula haciéndolo, en un momento de irritación tiró el succionador lácteo al suelo diciendo que ya no aguantaba más. La parte de cristal se hizo añicos saltando en mil trozos cortantes y únicamente quedó indemne la perilla de goma del extremo.

Tomás inmediatamente se puso en cuclillas recogiendo cuidadosamente en sus manos los trozos de cristal del suelo a los pies de ella. Carmen desde la altura de su posición sentada, con ambos pechos fuera de su blusa observaba como él delicadamente y minuciosamente buscaba entre sus piernas los trozos de cristal.

Cogiéndole la cabeza entre sus dos manos le dijo que dejara eso y le llevó suavemente sus labios a sus pezones. Como ella imaginó él empezó a succionar levemente, suavemente, con toda delicadeza, ella sentía como sin ningún dolor, sino más bien con placer, sus pechos liberaban la leche lentamente en la boca de él.

Era infinitamente mejor la boca de Tomás que el succionador para solucionar sus problemas lácteos, aunque no dejaba de tener sus pequeños contratiempos. El primero de ellos que con su barba y bigote le producía molestas cosquillas en sus pechos, no hubo mayor problema, en cuanto se lo comentó a Tomás él por primera vez en su vida desde que le conocía se afeitó completamente el rostro, y lo que es más, lo hizo de una manera festiva, dejando que fuera ella la que le afeitara en una especie de ritual de besos, cuchillas y risas.

Otro contratiempo de fácil solución era que Tomás se excitaba sexualmente con la mamada, y de una manera muy evidente, ella lo notó inmediatamente en la primera ocasión, pues notó el empuje viril de su fuerte erección contra su muslo cuando le hizo pasar de uno a otro pecho, y para su mayor comodidad él cruzó las piernas con las suyas. Ninguno dijo nada, ni hizo nada en esa primera oportunidad, quizás pensando que no era la ocasión ni el momento de decir o hacer nada.

Tampoco tuvo que hacerlo Tomás en la segunda ocasión ni en las sucesivas, pues directamente tomó Carmen la decisión. Le pareció que tenía cierta connotación telúrica o ancestral, como de vuelta a los instintos más primitivos y misteriosos de un rito de fertilidad pagana, el que intercambiaran sus fluidos corporales de color blanquecino, él bebiendo con sus labios faciales de sus pechos y ella succionando con sus labios genitales de su sexo.

La segunda vez que ella necesitó aligerar la presión de sus senos ritualizó el proceso, apagó la luz, encendió velas perfumadas por todo el suelo de la habitación de la que había apartado los muebles, dejando un gran espacio vacío central en el que trazó un circulo con ellas; quemó varillas de incienso y sándalo en las cuatro esquinas de un cuadrado imaginario que cercara externamente al círculo; tapizó el suelo que encerraban las velas primeramente con un par de mullidas mantas y sobre ellas esparció todos sus pañuelos de seda; compró rosas rojas y deshojó sus pétalos encima de la seda, no pareciéndola suficiente roció con el perfume habitual en ella, una marca francesa cara y supuestamente afrodisíaca, todo el lecho de pétalos; puso música a volumen muy suave de sitar hindú en la cadena musical, dejando que los sonidos exóticos envolvieran en su melodía dulzona y lubrica el ambiente; desgranó una roja y jugosa granada situando sus preciados rubís traslucidos en un cuenco de acero a un lado del lecho improvisado, descorchó una botella de chianti y la situó al lado de la fruta; al otro lado situó una serie de aceites balsámicos a base de menta y romero, fragantes a la vez que tonificantes, pensó oliendo los taponcitos de los envases; se desnudó poniéndose de rodillas en medio del altar para el amor que había construido, alzó los brazos lateralmente disponiendo las manos horizontalmente como si con ellos dibujara un ánfora griega, y cuando sintió en sus senos erguidos y pujantes la erección de sus pezones ante la excitación del momento, hizo la señal convenida para que entrara Tomás totalmente desnudo desde la otra habitación en la que esperaba.

La erección suya fue instantánea al verla como una diosa de la fertilidad en su altar, ella le situó de rodillas en frente suya permaneciendo ambos en un silencio místico, casi sagrado que duró todo el tiempo en que se desarrolló el rito. Obligándole a asumir una postura con los brazos idéntica a la suya cuando él entró en el círculo, le ungió todo su cuerpo, incluido su sexo con los aceites balsámicos mientras le daba un vigoroso masaje al tiempo que le besaba y lamía toda la superficie de su piel, una vez hubo terminado le dio a él los frasquitos de los aceites balsámicos y adoptó con sus brazos la misma postura mientras él repitió el proceso en el cuerpo de ella. Se alimentaron mutuamente introduciendo suavemente los granos de rubí de la granada con las yemas de los dedos en los húmedos labios del otro, deleitándose en dejar los dedos dentro de la boca y sacándolos lentamente mientras el otro los besaba. Bebió ella un trago pequeño del chianti y acercando su boca a la de él escanció el vino en su boca mientras se besaban, él repitió la misma operación.

Ella le empujó con sus manos de ambos hombros sin dejar en ningún momento de mirarle fijamente a las pupilas hasta que le tumbó en el lecho de pétalos y seda dejando verticalmente inhiesto su sexo, se incorporó levemente lo necesario para cruzar una de sus piernas sobre el tronco de él, sin dejar de mirarlo a los ojos, mientras su melena caía vertical sobre el rostro de él velándolo por todos los lados, cuando estando a horcajadas sobre las caderas de él notó que el sexo duro y ávido de Tomás rozaba su vulva cogió uno de sus pechos y lo acercó a los labios de él. Sincronizando el movimiento de su cadera y de su pecho consiguió que su pezón y el sexo de él se introdujeran al mismo tiempo es su vagina y en la boca. Cabalgó lentamente sobre el sexo de su pareja mientras este le mamaba ambos pechos liberándola de la carga de su leche. Cuando notó que se vaciaba el último de sus senos, antes de que esto ocurriera, sacó el pezón de la boca, apretó con sus manos el pecho haciendo que manase un último chorro de leche que en parábola cayó sobre la cara de él, que inmediatamente al verlo eyaculó en el interior de su cuerpo, jadeando se tumbó sobre el cuerpo de él, entrelazando sus lenguas, brazos y piernas, frotándose hasta que se consumieron las varillas de incienso y sándalo y la pasión.

A partir de entonces cada liberación de la leche de los pechos de Carmen se convirtió en un acto sexual en el que ella montaba a horcajadas en el suelo a Tomás mientras este mamaba, pero sin volver a repetir nunca más el ritual de la primera vez, que quedó en el recuerdo de ambos como un hito sexual importante de su vida en pareja. Simplemente ella se sacaba las tetas y se ponía de rodillas en el suelo de la habitación en la que estuvieran, Tomás inmediatamente se tumbaba en el suelo y en cuanto veía rezumar la primera gota de leche de los pezones de ella tenía una erección instantánea, ella le montaba y comenzaba el proceso de la doble succión.

Tomás disfrutaba de una manera espectacular; según él, remedando la cancioncilla ridícula de verano de hacía muchos años, “tres cosas hay en la vida; el sexo, la comida y el alcohol; el que tenga un jamón; que lo cuide, que lo cuide; la cerveza y el semen; que nos los tire, que no los tire”, y sin proponérselo ni buscarlo había conseguido satisfacer en un único proceso los tres placeres; follaba, bebía y comía al mismo tiempo, amplificaba sus orgasmos uniendo los tres placeres básicos que más le alegraban la vida. Le comentaba a ella que su leche era más dulce y menos grasa, menos espesa que la de vaca, quiso que ella la probara, pero se negó, debió pensar que era algún tipo de sacrilegio contra la naturaleza de las cosas el hacerlo. El no veía la hora en que ella se sacara los pechos y se pusiera de rodillas en el suelo.


Ella por su parte disfrutaba tanto o más que Tomás, aliviaba de una manera muy placentera y suave la presión de sus pechos en vez de la lastimera forma en que lo conseguía con el succionador, por otra parte ella marcaba el ritmo y candencia de la penetración al estar situada encima, e incluso el de la mamada, pues él acoplaba sus succiones al compás de las caderas de ella, y controlaba la finalización del proceso a su antojo absolutamente, pues bastaba que ella sacara el pecho de la boca y apretándoselo hiciera salir un chorro de leche, para que él miméticamente e instantáneamente se vaciara dentro de ella.

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